El Líbero, 19 de julio 2024
Con el contexto criminal latinoamericano y el rápido avance de los grupos del crimen organizado, la Cordillera de los Andes no es tan alta ni el desierto tan grande como para funcionar como barrera natural.
Seguridad, ese entorno libre de riesgos y amenazas que nos permite crecer y ejercer plenamente nuestras libertades. Un abstracto del que hace cinco años se hablaba prácticamente sólo en los círculos especializados y que hoy es tema obligado en cualquier conversación. La vocera de gobierno explicó que Chile no es comparable a otros países latinoamericanos, pero un rápido meme que circuló en redes sociales del Presidente ucraniano equipado para la guerra diciendo que iba a un “bautizo en Lampa” echó por tierra ese argumento.
A fines del siglo pasado se decía que Chile era el “jaguar de América Latina”, los indicadores económicos mostraban un desarrollo pujante con disminuciones indiscutidas en pobreza y desempleo. La seguridad, algo que se daba por sentado. La urgencia era económica. Pero, en 24 años de este nuevo siglo todo cambió. Pasamos de una meta de crear un millón de empleos a tener que disminuir la tasa de homicidios.
¿Pudimos prever lo que venía? Tal vez sí. Con el contexto criminal latinoamericano y el rápido avance de los grupos del crimen organizado, sumado a una región con regímenes democráticos débiles y altos niveles de corrupción, la Cordillera de los Andes no es tan alta ni el desierto tan grande como para funcionar como barrera natural. Tampoco podemos olvidar el lugar que Chile ocupó en los años 60 y 70 en el tráfico de drogas, grandes químicos tenían fama mundial por su capacidad para procesar el estupefaciente.
A pesar del contexto, Chile parecía estar alejado de esa realidad. Pero, el deterioro institucional de la mano de movimientos políticos que buscaban refundar Carabineros y la falta de actualización y modernización de las instituciones nos está pasando la cuenta.
Lo del fin de semana es un recordatorio más de cuánto se ha profundizado la crisis de seguridad. La disputa entre bandas criminales, el control territorial que avanza por la región metropolitana y los menores de edad envuelto en balaceras son muestra de que hemos dejado pasar todas las banderas rojas.
El primer año de gobierno se dedicó a los diagnósticos. Todo se retrasó porque hubo que ajustar un relato político en materia de seguridad que no permitía avanzar en medidas. Ya ese año se auguraba complejo y se esperaba un alza en los homicidios. Muertes que se repitieron en el año nuevo de 2023, en marzo y abril de ese año y en abril de este y, dos fast track de seguridad después, aún seguimos escuchando mediadas reactivas.
Enfrentar riesgos y amenazas implica contar con información que permita modelarlos y, en materia de crimen organizado modelar el comportamiento de los grupos puede entregar data relevante para mejorar la gestión y pasar de lo reactivo a lo proactivo.
Se ha propuesto una nueva cárcel, una fuerza tarea para la Región Metropolitana y más recursos, pero nada se ha conversado sobre inteligencia, tecnología e inteligencia artificial. Todos, fundamentales para diseñar modelos predictivos.
Necesitamos analizar pensando en el futuro, sólo así abordaremos los desafíos del presente.
Pilar Lizana
Investigadora AthenaLab
Fuente: El Líbero
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