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COLUMNA | Érase una vez Chile
Los fríos vientos y grandes espacios del sur podrían albergar infraestructura crítica para la tecnología, la inmensidad del desierto y sus limpios cielos son un potencial para la energía solar, entre muchas otras bondades.
Parque eólico en Chile
Era un país muy muy lejano, allá entre las grandes alturas de Los Andes y la inmensidad del océano Pacífico. Alguna vez conocido como los ingleses de Sudamérica, se autodenominaron jaguares, la minería lo instaló en los mercados mundiales… Primero fue el salitre, hoy es el cobre, muchos tienen puestas sus esperanzas en el litio y los europeos miran con optimismo las potencialidades del hidrógeno verde. Pareciera que ese país muy muy lejano sólo tiene oportunidades.
De alguna forma es cierto. Los fríos vientos y grandes espacios del sur podrían albergar infraestructura crítica para la tecnología, la inmensidad del desierto y sus limpios cielos son un potencial para la energía solar, entre muchas otras bondades. Pero todo eso deja de ser un “happy problem”, como dirían los anglosajones, cuando choca con la realidad. Largos tiempos de espera para obtener los permisos y zonas donde el Estado está completamente ausente bastan para espantar las oportunidades.
¿Por qué cuando pareciera que algunos actores comprenden el problema, son capaces de identificar las brechas, tienen propuestas sobre cómo mejorar, no lo hacen? Si existe la técnica, las personas, el conocimiento ¿por qué no lo aplican? ¿Será que quienes están encargados de tomar decisiones han sido distraídos de sus quehaceres?
Esos ingleses con los que se comparaba ese país muy muy lejano han definido que el crimen organizado es una amenaza a la prosperidad económica. Misma amenaza que hoy pone en jaque a esa franja de tierra entre Los Andes y el Pacífico y que aleja a las oportunidades de crecimiento.
Los madereros han trasladado sus inversiones a Brasil, las constantes alarmas que emite el gobierno de Estados Unidos hacen dudar a sus inversionistas y la peligrosa cercanía entre Bolivia e Irán debiese levantar más de una alerta.
Resulta fácil criticar, decir lo mal que lo hace uno u otro, lo difícil es sumarse a la solución junto a aquellos que se encuentran en una vereda opuesta a la nuestra. Después de dos intentos fallidos por cambiar la Constitución, donde el primero de ellos prácticamente echaba por tierra la identidad nacional y amenazaba la unidad, las urgencias son evidentes: Seguridad y crecimiento y, en ese orden pues, la ausencia del primero termina con las posibilidades del segundo.
Va quedando poco más de un año de gobierno, entramos en un espiral electoral donde ganar la elección distrae a muchos de sus labores. Distracción válida ya que sin la victoria no hay proyecto político, pero sólo cruzar primero la meta no basta. Después de eso vienen cuatro años de gobierno que deben enfocarse en las soluciones y donde se requieren todas las fuerzas democráticas.
Para empezar, hay que recordar a esos ingleses que inspiraron ese país muy muy lejano y ser claros en definir los riesgos y las amenazas. Y, si la seguridad es la primera urgencia, hay que ser claros en el impacto de su ausencia y aún más claros en las respuestas y la responsabilidad de ellas.
En esto la técnica es importante, pero más lo es un proyecto político que una los esfuerzos y no se haga zancadillas. De otra forma, esos ingleses de Sudamérica no serán más que un recuerdo lejano entre Los Andes y el Pacífico.
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