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ANÁLISIS | Guerra, disuasión nuclear y misiles

Al parecer, estamos ante una nueva Guerra Fría. Sin embargo, hay dos características particulares que la hacen más peligrosa.

20 de Diciembre de 2024 Revista Realidad y Perspectivas Marcelo Masalleras
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ANÁLISIS | Guerra, disuasión nuclear y misiles

Las amenazas a Occidente de Vladimir Putin, presidente de Rusia, por lo que considera una directa intervención en el conflicto que se desarrolla en Ucrania, han incluido el potencial uso de armas nucleares. Si bien no es la primera vez, el disparo de un misil Oreshnik da cuenta de la seriedad con que el Kremlin asume la actual confrontación.

Aunque esta trama parezca sacada de una película de la Guerra Fría, no lo es. Desde el inicio de la invasión rusa a gran escala sobre Kiev, este tema ha estado en el ambiente. Como la intención de disuadir exige dos elementos –las capacidades de causar daño a sus adversarios y demostrar una clara voluntad de hacerlo si es necesario–, el éxito de Putin depende de la percepción de estos factores por parte de los líderes de la OTAN.

Entre los principales elementos de la disuasión rusa, la amenaza nuclear es el central. En términos más técnicos, cuando se aborda el asunto de las armas nucleares, siempre hay dos aspectos que revisar: las bombas atómicas y el vector con que serán proyectadas. Rusia tiene ambas, en gran cantidad y efectividad. No obstante, si bien hasta ahora ha sido eficiente, el efecto pareciera estar debilitándose. En efecto, las decisiones de entrega de tanques, aviones y artillería a Ucrania por parte de EE. UU. y luego la posibilidad de disparar armas de largo alcance en territorio ruso, ya han superado las distintas “líneas rojas” trazadas por Putin.

Por lo dicho, la guerra en Ucrania lejos de ser local o regional es un conflicto que ya tiene alcance global y se ha expandido en tiempo, en actores involucrados y en términos geográficos. Estamos ante grandes cambios geopolíticos, que tienden a agravarse y acelerarse. Hoy, la relación de Rusia con países como Irán y Corea del Norte está dejando de ser asimétrica, pues su progresiva dependencia de sistemas de armas y munición iraníes y norcoreanos sugiere una nueva etapa. Esto es, un rebalance en la relación, que ahora luce como de mayor equilibrio. Caso especial es el envío de soldados de Pyongyang a Kursk, pues compartir con Rusia el costo de vidas humanas es muy distinto al de proveer armas y munición. Genera una relación especial.

¿Qué ganará Corea del Norte en esta nueva etapa? Eso está por aclararse. Obviamente habrá retribución económica y entrega de hidrocarburos indispensables para la sobrevivencia norcoreana. También puede darse transferencia de alimentos muy esenciales para la economía de la nación asiática. Pero, indudablemente, lo que más preocupa es la potencial transferencia de tecnología militar. No es un misterio que Pyongyang está potenciando el desarrollo de su programa nuclear, por lo que el conocimiento y la experiencia de Rusia serían invaluables. Cooperación en la miniaturización de bombas nucleares, mejoramiento de vectores de lanzamiento –incluyendo MIRV–, además de la capacidad de disparar misiles con carga nuclear desde submarinos, son alternativas probables.

Al parecer, estamos ante una nueva Guerra Fría. Sin embargo, hay dos características particulares que la hacen más peligrosa. Por un lado, están las amenazas de Putin, las nuevas capacidades de Corea del Norte y/o las potenciales que podría alcanzar Irán, que sugieren considerables riesgos de proliferación nuclear. Este nuevo cuadro puede inducir un efecto-demostración en las potencias no nucleares, que preferirán contar con independencia estratégica en estas materias.

La segunda característica derivada es que, dentro de un tiempo, nos enfrentaríamos a una suerte de “multilateralismo nuclear”, vale decir, a la existencia de más de dos potencias nucleares con una capacidad de respuesta tal que se cumpla la idea de la “destrucción mutua asegurada”. En consecuencia, en vez de la reducción de las capacidades nucleares, antes postulada, cada vez habría más países con armas atómicas o interesados en adquirirlas, los tratados que las limitan serían menos efectivos y amenazas como las de Putin no lucirían desproporcionadas.

Resumiendo, hoy estaríamos más cerca del uso de armas nucleares de lo que estábamos al final de la Guerra Fría. Con el fortalecimiento de ejes autocráticos, el aumento de la polarización y el agravamiento de los conflictos, una nueva conflagración mundial ya no parece un imposible.

Sobre el autor

Investigador senior AthenaLab

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