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COLUMNA | La difícil reconstrucción de la defensa europea

4 de Marzo de 2025 El Mercurio Juan Pablo Toro
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COLUMNA | La difícil reconstrucción de la defensa europea

Si existían dudas sobre el abismo que se está abriendo entre Estados Unidos y Europa, estas se profundizaron aún más el lunes, cuando el gobierno de Donald Trump se puso al lado de Rusia y Corea del Norte para rechazar una resolución de sus socios del Viejo Continente en Naciones Unidas, que culpa a Moscú por invadir Ucrania, coincidiendo con el tercer aniversario de esa agresión ilegal y no provocada.

De ahí la importancia de las palabras del casi seguro Canciller alemán Friedrich Merz, quien, tras la victoria de los demócratas cristianos en las recientes elecciones, afirmó que su “prioridad absoluta será fortalecer Europa lo más rápido posible para que, paso a paso, podamos realmente lograr su independencia de EE.UU.”.

No obstante, la Unión Europea (UE) viene insistiendo hace años en la necesidad de una “autonomía estratégica”, pero esta no ha sido alcanzable en la medida de que su energía dependía hasta hace poco del gas ruso, su seguridad del paraguas nuclear americano y su comercio solo se profundizaba con China.

Un reciente informe del instituto Bruegel fue lapidario a la hora de evaluar si Europa era capaz de defenderse sin Estados Unidos. Según sus cálculos, se podrían necesitar 300.000 tropas adicionales y un aumento anual del gasto en defensa de al menos 250.000 millones de euros en el corto plazo para disuadir la agresión rusa.

En una reciente visita a Madrid, un agudo oficial español comentaba con cierta frustración que si incluso los gobiernos aumentaran súbitamente su gasto militar a 2,5% del PIB, la industria no sería capaz de procesar las nuevas demandas ni las fuerzas podrían expandirse con la velocidad requerida (los problemas de reclutamiento son universales estos días).

Por eso, vale la pena detenerse en el caso de Alemania, emblemático en un contexto donde la guerra está de regreso y el futuro del conflicto en Ucrania parece depender más de lo que decidan Washington y Moscú, que de la opinión de Bruselas y Kiev.

Producto de su traumático pasado, el país que emergió de la reunificación decidió convertirse en una “potencia pacífica” que intentaba civilizar las conductas internacionales promoviendo normas y utilizando el peso de su economía, hoy nada menos que la tercera del mundo.

En función de este enfoque, renegó del recurso de la fuerza militar como instrumento del poder del Estado, aunque manteniendo contribuciones limitadas en teatros como Afganistán, Malí y el Mar Rojo. Pero dentro de esa anómala combinación de asertividad económica y abstinencia militar, Berlín subestimó la amenaza de regímenes autoritarios como Rusia y China.

Mientras el excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder (1998-2005) trabajó dos décadas para empresas rusas —de las cuales se desvinculó tras la invasión a Ucrania—, la demócrata cristiana Angela Merkel, que gobernó hasta 2021, promovió la construcción de gasoductos para importar combustible ruso, a pesar de las advertencias de Washington. Durante su extenso mandato, también se desfinanciaron las fuerzas armadas y se postergaron importantes procesos de renovación de material, como cazas y submarinos.

Los investigadores alemanes Maximillian Terhalle y Bastian Giegerich fustigaron la gestión de Merkel en defensa asegurando que dejó a los militares de su país mal posicionados para realizar operaciones convencionales en protección del país, de sus aliados y de Occidente en su conjunto (valores incluidos). Sin desconocer el pasado reciente, advirtieron que esa actitud pacifista no solo fue inmoral, sino además peligrosa.

Es decir, el caso de Alemania explica bien la situación actual de Europa. Con la excepción de Francia (potencia nuclear) y en menor medida de Italia y España, no fueron pocos los países del Viejo Continente que perdieron su mentalidad estratégica tras el fin de la Guerra Fría y que partía por considerar el empleo de las Fuerzas Armadas como una herramienta estatal legítima y necesaria para adelantar intereses nacionales, aunque no fuese el primer recurso a mano.

Quienes hemos sido testigos de misiones de seguridad de la Unión Europea en el golfo de Adén o el Mediterráneo, notamos el carácter más bien policial que militar de los despliegues. Asimismo, en los foros en Bruselas dedicados a la defensa, difícilmente se escucha hablar de tanques, fragatas y bombarderos, mientras se insiste en resolución de conflictos internos o el peligro de campañas de desinformación. Un ejemplo de la actitud colectiva sobre el empleo de la fuerza es la misión Aspides de la UE, donde los buques se limitan a defender mercantes de los ataques de los rebeldes hutíes en el Mar Rojo, pero no generan una respuesta hacia tierra, donde radica el problema.

Enhorabuena, Merz está abogando por una inyección adicional de 200.000 millones de euros en defensa y comprometiéndose con el refuerzo militar de Ucrania, a diferencia del cauto Olaf Scholz, quien se negó a mandar misiles de largo alcanza para Kiev. Pero es algo tarde, los ejércitos no se expanden de un día para otro sin una amenaza directa al país, ni la mentalidad estratégica se desarrolla en el corto plazo.
Probablemente, hoy sea Polonia quien está mejor aspectada para convertirse en la principal potencia militar terrestre de la UE, con un gasto sectorial del PIB de 4,7%, que ha permitido la compra de tanques surcoreanos, cazas y helicópteros de ataque estadounidenses y fragatas británicas para sus 200.000 tropas (que deben llegar a 300.000). No es el país más rico ni el más poblado del Viejo Continente, sino el que está probando que, si existe determinación política, se puede reconstruir la defensa.

Juan Pablo Toro V. es director ejecutivo de AthenaLab

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