En medio de la ola de protestas que ha azotado Chile, pasó prácticamente desapercibida la visita a Valparaíso de la fragata española “Méndez Nuñez” a fines de octubre, en el marco de aniversario número 500 de la circunnavegación del globo que hicieran Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano.
Como es sabido, Magallanes era portugués y Elcano vasco, pero ambos estaban cumpliendo una misión organizada y financiada por la Corona española. Y aunque el objetivo era comercial, sin duda estaban consideradas las enormes repercusiones estratégicas que tendría el eventual descubrimiento de un paso interoceánico para llegar a las islas de las especias (Molucas) navegando hacia el oeste.
Fue ese logro, junto a otros descubrimientos más, lo que posibilitó que el Imperio Español pudiera convertirse en la potencia global dominante del recién bautizado Océano Pacífico entre los siglos XVI y XVIII. ¿Pero cuánto del espíritu de Magallanes y Elcano queda hoy en la Armada española 500 después?
Aunque eufemísticamente se le llama fragata, porque en la práctica es un destructor antiaéreo de 5.800 toneladas de desplazamiento, que cuenta con el sistema AEGIS y misiles SM-2, tuvimos la oportunidad de visitar la “Méndez Nuñez” en el molo de abrigo del puerto de Valparaíso y conversar con su tripulación, que viene dando la vuelta al mundo, pero en sentido inverso al de los exploradores, para resolver esa interrogante.
“La Marina española tiene la vocación de ser una armada global (…) Realmente, operando en aguas muy alejadas de España”, dijo a AthenaLab el comandante Antonio González del Tánago, en el puente de mando de este buque, uno de los cinco de su clase, al referirse al legado de Magallanes/Elcano.
En efecto, en los últimos cincuenta años la Armada española ha ido progresivamente alejándose de su eje tradicional de interés Baleares-Estrecho de Gibraltar-Canarias para operar en otras aguas.
Hoy buques de este país son desplegados de forma regular en el Golfo de Adén para combatir la piratería, en el Mediterráneo central contra los traficantes de personas y en el Mar Báltico o Negro para conformar grupos de tareas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Por lo demás, navíos como éste, que tienen capacidades similares a las de un destructor clase Arleigh Burke, también han sido integrados a grupos de batalla de portaaviones estadounidenses, lo que muestra el renovado alcance oceánico de la marina española y su visión al respecto.
“La defensa de los intereses nacionales no empieza en nuestras fronteras, sino mucho más allá”, explicó el comandante González del Tánago, que viene de cruzar el Golfo Pérsico, el Índico y los antiguamente llamados Mares del Sur.
Esta capacidad de la Armada Española de proyectar su poder naval lejos de sus aguas tradicionales es posible, en gran parte, gracias a un proceso iniciado en la década de los años noventa, conocido como Plan Altamar, que condujo a la renovación de toda la flota de superficie, donde hoy juegan un rol central las fragatas F100 –como la “Méndez Nuñez”–, los buques auxiliares, los buques de acción marítima (mucho más que patrulleros de zona económica exclusiva) y los buques de proyección. Todos construidos en los astilleros de Navantia.
“La defensa de los intereses nacionales no empieza en nuestras fronteras, sino mucho más allá”
Comandante Andrés González del Tánago
Crucial en la próxima fase, será la incorporación de las fragatas F110 para recuperar las capacidades antisubmarinas que se perdieron con el fin de la Guerra Fría. Estos buques estarán destinados a reemplazar las fragatas clase “Santa María”, basadas en las Oliver Harzard Perry estadounidenses. De este modo, la marina debiera quedar con 10 naves de escoltas hacia 2035.
Sin duda, un plan de construcción de naval de esta envergadura va acompañado de una visión de lo que España considera es su contribución a la seguridad global de los mares.
“Garantizar la libertad de comercio y la libertad de navegación de los buques por cualquier océano es una labor que no se puede hacer solo. Hay que hacerla con otras marinas”, sostuvo el comandante de la “Méndez Nuñez”, una fragata que lleva el nombre del contraalmirante que bombardeó Valparaíso en 1866, cuando Chile había renunciado a su poder naval.
Todo lo anterior, no significa necesariamente que la Armada Española vaya a incrementar su presencia a nivel global de un día para otro, ya que siempre primarán sus áreas de interés más próximas. Pero sí está dedicada a extender su red de contactos con marinas amigas, con la cual comparte valores comunes.
“Uno no se da cuenta de la inmensidad del Pacífico hasta que navega por estas aguas”, reconoció el comandante González, un día antes de partir rumbo a Panamá y de ahí a Norfolk, Estados Unidos, donde se encuentra estos días.
Estrechos, conexiones y cables*
Cuando se debate la mejor opción para conectar Asia y Chile a través de un cable submarino de fibra óptica que cruce el Pacífico, resulta un momento apropiado para devolver la mirada 500 años atrás a Sevilla, donde Hernando de Magallanes se aprestaba a zarpar un 10 de agosto de 1519 en busca de una nueva ruta de las especies hacia el occidente.
Con todos los riesgos que implicaba, la misión de Magallanes era considerada crucial para afirmar las finanzas de la corona de un joven Carlos I (luego Carlos V) y arrebatar a Portugal el control mayoritario que en ese momento tenía sobre el comercio de los commodities más preciados de la época.
Tras una navegación de dos años que le costó la vida al mismo Magallanes, solo una de las cinco naves de la “Flota de la Especiería” llegó a puerto con la noticia del hallazgo de un paso interoceánico al sur del nuevo continente, que permitía llegar a las Molucas navegando hacia el oeste. En el camino, además, Sebastián Elcano había circunnavegado el globo y demostrado que la Tierra era más grande de lo que se creía.
Con el paso del tiempo, la nueva ruta probaría su valor y España ascendería hasta convertirse en el imperio global, gracias a su dominio sobre los mares y la posibilidad de comerciar entre todos sus nuevos territorios. El esfuerzo de Magallanes se coronaría 50 años más tarde, cuando Antonio de Urdaneta descubre el “tornaviaje”, la ruta que permite navegar de Asia hacia América. De este modo, las conexiones comerciales de ida y vuelta entre todos los continentes quedaron abiertas.
Aunque la globalización se encuentra cuestionada hoy por quienes quieren redibujar sus flujos, la gesta de Magallanes solo se engrandece con el tiempo por todas las lecciones que llegan hasta nuestros días.
Por ejemplo, está el rol que puede jugar el Estado en el impulso de grandes proyectos de conectividad (cables de fibra óptica, redes 5G, satélites, trenes y puertos), cuyos retornos llegarán en plazos que, a veces, exceden la paciencia de inversionistas en busca de ganancias inmediatas, pero que son necesarios para entrar en nuevas etapas de crecimiento.
La expedición de Magallanes fue una apuesta de la Corona española al igual que la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA) de EE.UU., montó las misiones espaciales (a 50 años de la Apolo 11), que también necesitaban de los últimos adelantos tecnológicos, ventanas de tiempo precisas para ser lanzadas y una tripulación que se aventuraba a lo desconocido sin garantía de retorno.
Luego, está el efecto geopolítico de la conectividad. Las nuevas rutas descubiertas por Magallanes y Urdaneta ayudaron a desplazar a Portugal, que llevaba la delantera del comercio con las Indias, gracias a sus avances técnicos y su dominio sobre el Índico. Algo que debería llevar a pensar, por ejemplo, sobre los efectos de la llamada Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, donde suele destacarse solo el impulso económico de los planes de infraestructura y no las reconfiguraciones de las relaciones de poder que puede generar.
Por último, la hazaña de Magallanes y Elcano resalta la necesidad de contar con una marina potente y capaz de proyectarse ahí donde estén los intereses del país. Quienes hemos tenido la oportunidad de navegar con la Armada española, ya sea en el Golfo de Adén (BAM “Rayo”) o el Mediterráneo central (BAC “Cantabria”), sabemos que sus marinos se mantienen activos protegiendo el sistema de comercio global que beneficia a todos y España, por supuesto, frente a amenazas como la piratería y el tráfico ilícito de migrantes por mar.
Existen razones de sobra para celebrar los 500 años del zarpe de la expedición de Magallanes. Pero más allá de las ceremonias, sin duda importantes, está la relevancia de un legado que puso a Chile en el mapa de las rutas marítimas gracias a un estrecho que lleva su nombre y que hoy lo debería ayudar a reflexionar sobre qué tipo de conexiones queremos con el mundo.
*Columna publicada originalmente en El Mercurio bajo el título Magallanes y las lecciones de la globalización española, 10 de agosto de 2019
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