El Mercurio, domingo 15 de marzo 2020
No todos los días uno tiene la oportunidad de navegar por el Estrecho de Magallanes. Menos en un buque español, 500 años después del descubrimiento de este paso interoceánico que revolucionó la concepción del mundo abriendo camino a la modernidad y también terminó situando a Chile en la geografía global para siempre.
Se trata de una ruta marítima un poco monótona hacia el este y que se vuelve imponente hacia el oeste, cuando empiezan a elevarse sus orillas y el verde reemplaza el tapiz café de la pampa patagónica. Siempre sometida a fuertes vientos y corrientes traicioneras, que obligan a no descuidarse nunca y requerir a experimentados pilotos para cruzar sus oscuras aguas azules.
A pesar de eso, el “Hespérides”, un buque de investigación científica de la Armada española, avanza suavemente gracias a sus sofisticados instrumentos, mapas digitales y radares con destino predeterminado a la Antártica. Son evidentes las diferencias tecnológicas entre este gigante de acero y las precarias embarcaciones de madera que integraban la Flota de las Molucas. Los avances experimentados en la construcción naval y la cartografía han sido revolucionarios.
Pero existe otra diferencia menos evidente entre quienes se arrojan al mar hoy y quienes lo hacían hace cinco siglos: la capacidad de navegar hacia lo desconocido con convicción y, pese a ello, persistir en el intento hasta lograr la tarea. La primera habilidad es quizás más relevante que nunca, ahora cuando el mundo se enfrenta al coronavirus sin saber el impacto real que puede tener la pandemia.
Magallanes era un experimentado marino cuando se lanzó a la búsqueda de una ruta hacia las Indias navegando hacia el oeste, pero no tenía certeza de que hallaría el ansiado paso. Sin duda, había algunos referentes de exploraciones anteriores que permitían intuirlo, pero no garantizaban su éxito. Por eso lo más importante fue su profunda convicción de avanzar sin miedo hacia lo desconocido, hasta cierto punto religiosa en su caso, que lo recompensaría en la latitud 54° sur, cuando por fin descubre la entrada al estrecho. Con eso probaría a sus hombres, a la corona española y al mundo que se encontraba en lo correcto. Por ejemplo, Cristóbal Colón siempre vivió creyendo que había llegado a las Indias.
“Es impresionante lo de Magallanes”, comenta con entusiasmo a bordo del “Hespérides” el comandante José Emilio Regodón, cuando revisa aspectos de la vida de otro marino al servicio de la Armada española. “En los tiempos actuales, sería como que a uno le dijeran que se vaya a Marte sin saber su ubicación”, añade.
Antes de descubrir el estrecho en 1520, Magallanes ya había perdido hombres, embarcaciones, sufrido penurias climáticas, evitado la persecución de los portugueses y sorteado un motín, lo que habla de la enorme fortaleza del capitán de origen luso. Esta persistencia sería puesta aprueba en muchas ocasiones, como cuando se lanzó a cruzar el Mar del Sur, que él mismo bautizaría como Pacífico, tras los 38 días que le tomó cruzar el paso interoceánico. Fue una travesía de tres meses que tuvo un costo brutal para su tripulación, pero que le permitió llegar a lo que hoy es Guam y las Filipinas, dejando en claro a esa altura que la tierra era redonda. Eso es lo que se conoce actualmente como resiliencia, que es más difícil de desarrollar cuando uno se enfrenta a lo desconocido, pero que puede ser inyectada por líderes que logran probar destreza ante la adversidad.
Como es sabido, el capitán general de la flota murió en la isla de Mactán en una innecesaria batalla contra un cacique local y no llegó a las islas de las especias, con lo cual Sebastián Elcano sería el encargado de terminar de circunnavegar la Tierra. Aún así, se puede considerar que Magallanes logró la tarea, porque quienes le sobrevivieron supieron cumplir con su deber, que les fue inculcado desde que dejaron el puerto.
Cuando uno se sumerge en las buenas biografías del navegante es difícil no sentirse abrumado. De algún modo, 500 años después, Magallanes es un referente muy válido. Las personas como él, que sobrevivieron a las postrimerías de la Edad Media, tuvieron que sortear conflictos, guerras comerciales (España versus Portugal), enfermedades contagiosas y cambios climáticos (la “Pequeña Edad del Hielo”). Para eso se requirió un valor extraordinario, que sumado a avances científicos dio resultados positivos para la humanidad.
Juan Pablo Toro V.
Director Ejecutivo AthenaLab
LIBROS RECOMENDADOS
“Magallanes”, de Laurence Bergreen (Ariel, última edición 2019)
Notable biografía de Hernando de Magallanes, que destaca por la gran investigación del contexto histórico que rodeó al explorador, lo que ayuda a entender mejor las consecuencias de su descubrimiento en lo inmediato y en el largo plazo. El historiador estadounidense ayuda a entender mejor las razones para hablar de la “travesía marítima más importante de todos los tiempos”.
“Una travesía memorable”, Mateo Martinic (Talleres La Prensa Austral, 2016)
Este historiador de origen magallánico explica el impacto del hallazgo del estrecho en clave nacional, en cuanto a que sostiene que en 1520 Hernando de Magallanes no solo descubrió el paso interoceánico que llevaría su nombre, sino también descubrió Chile, a través de sus componentes primigenios en la Patagonia, Tierra del Fuego y la misma vía marítima. También ubicó al país en la geografía global. Por supuesto, el Premio Nacional de Historia de hace cargo del debate.
“La Flota de la Especias”, Luis Mollá (Almuzara 2017)
Una entretenidísima versión novelada de la travesía, escrita por un capitán de navío de la Armada española, que se lee como un libro de aventuras, muy en la línea de Conrad o Stevenson.
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