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COMENTARIO | Chile-Australia: dos fragatas, perspectivas de una alianza
La adquisición de dos fragatas puede ser el paso tangible que se necesita hacia la creación de una nueva alianza de seguridad estratégica de Australia y Chile, que se haga cargo del enorme espacio marítimo que une a ambos países a través del Pacífico Sur y la Antártica.
Más allá de la importancia en sí misma que tiene la adquisición por parte de la Armada de Chile de dos fragatas australianas, un aspecto transcendental de esta transferencia es que puede ser el primer paso para construir una sólida relación de seguridad entre dos países con intereses comunes y que no tienen restricciones para enfrentar juntos los desafíos que les depara el Pacífico.
No se trata solo de un simple intercambio de compra y venta entre dos marinas oceánicas de origen británico que desde hace tiempo trabajan en ejercicios combinados como Rimpac, sino del acercamiento concreto entre dos fuerzas que representan a países que comparten valores, intereses y áreas geográficas. Estas adquisiciones que fueron mencionadas por “El Mercurio” el domingo 5 de abril, son el resultado de un largo período de evaluaciones sobre un mercado de buques de segunda mano de oferta limitada y de acercamientos con distintas marinas afines, que potencien el posicionamiento internacional de Chile, incluyendo a la Armada australiana. La necesidad de renovación de “tres fragatas”, incluso había sido advertida por el ministro de Defensa, Alberto Espina, en las mismas páginas de ese periódico en julio de 2018.
Desde el punto de vista geopolítico, Australia y Chile son dos democracias liberales con economías abiertas que dependen del comercio marítimo para exportar materias primas y así alcanzar la prosperidad. Ambas naciones también están tensionadas por la realidad de que tienen como principal socio de seguridad a Estados Unidos y principal socio comercial a China. Además, los dos cuentan con una proyección natural al Pacífico Sur y la Antártica, donde no presentan reclamaciones superpuestas —situación muy similar a la que encuentran con Nueva Zelanda, que puede ser otro factor lógico de esta ecuación.
Tanto Canberra como Santiago ya están unidos a través de instancias regionales de distintos tipos como el Foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC), el Foro de las Islas del Pacífico y el Western Pacific Naval Symposium. Todavía en el Congreso chileno está pendiente la aprobación del Acuerdo Transpacífico (TPP- 11), pero sin duda sería otro espacio a considerar.
En su Libro Blanco de Defensa de 2016, Australia fue muy clara al establecer que su “red de alianzas, relaciones de defensa bilaterales y multilaterales, y la creciente gama de seminarios y acuerdos multilaterales de seguridad”, ayudan a promover sus intereses estratégicos al crear un entorno más estable en sus zonas adyacentes y en la región más amplia de Asia-Pacífico.
En el reciente documento “Mares de Chile: visión 2040”, elaborado por la Dirección de Planificación Estratégica de la Cancillería, se estableció que “Chile debe ser un actor notoriamente activo en el escenario internacional del Océano Pacífico con el fin de proyectar marítimamente su relación con los países de la cuenca con una mirada al mediano y largo plazo”. En tal sentido, calza perfectamente la profundización de las relaciones con Australia en materia de seguridad, sumándose así a los nexos económicos vigentes. Y dentro de sus cinco áreas de misión, el Ministerio de Defensa ya tiene incluida la cooperación internacional.
En aspectos más operacionales, existen muchos desafíos comunes que comparten las dos naciones y que pueden potenciar el mutuo aprendizaje y apalancar capacidades. Por ejemplo, están las tareas de control sobre la pesca ilegal en el Pacífico Sur; las eventuales misiones de asistencia humanitaria y alivio de catástrofes (HA/DR) en la Polinesia ante tsunamis o desastres naturales; la protección de líneas marítimas y pasos clave como el Estrecho de Malacca (ambos países orientan su comercio a Asia); la lucha contra incendios forestales en la misma estación del año; y las labores de investigación científica en materia de cambio climático (donde la construcción de nuestro buque antártico y el buque científico “Cabo deHornos” pueden abrir muchas instancias de cooperación).
De lleno en el plano táctico, las fragatas australianas, cuyo diseño está basado en las Oliver Hazard Perry de Estados Unidos, vienen a mantener las capacidades antiaéreas que estamos prontos a perder por la obsolescencia del Standard Missile-1 (SM-1) y el hecho de que se vaya a decomisionar de las fragatas clase L de la Escuadra. El hecho de que las naves australianas vengan equipadas con el SM-2 (que tiene un mayor alcance efectivo que su antecesor), implica necesariamente que las tripulaciones chilenas tienen que realizar entrenamientos y mantener una conexión operacional con sus pares australianos, lo que acercará a las marinas. Todo lo cual, como se ha probado con la Royal Navy a través del tiempo, genera una buena amistad basada en una relación operacional y logística. Cabe agregar que la Armada Real Australiana se encuentra en mayor proceso de renovación de su flota desde la Segunda Guerra Mundial y donde su programa de construcción naval en curso puede ser un interesante modelo para observar, dadas las necesidades de renovación de equipos que se están presentando en la Marina chilena.
También vale la pena mencionar que los respectivos ejércitos emplean el mismo sistema de mando control Torch y que sus fuerzas aéreas vuelan en su mayoría aeronaves estadounidenses.
Navegar en formación en estas aguas turbulentas del siglo XXI, donde hoy se deben tomar decisiones cruciales sobre los proveedores de la red 5G o los tendidos de los cables submarinos de datos, es una buena forma de asumir responsabilidades por parte de países que buscan manejar sus regiones de forma independiente a las disputas entre las grandes potencias.
La adquisición de dos fragatas puede ser el paso tangible que se necesita hacia la creación de una nueva alianza de seguridad estratégica de Australia y Chile, que se haga cargo del enorme espacio marítimo que une a ambos países a través del Pacífico Sur y la Antártica.
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