El concepto de “esfera de influencia”, muy empleado en el siglo XIX, parece estar de regreso, en la medida de que el retroceso de la hegemonía estadounidense permite que algunas potencias con aspiraciones globales o regionales, empiecen a realizar acciones cada vez más frecuentes para delimitar un espacio donde esperan ser reconocidas o imponerse como los actores relevantes.
En un reciente artículo en la revista Foreign Affairs, Graham T. Allison desarrolló la idea del regreso de las “esferas de influencia”, recordando que a lo largo de la historia las potencias han exigido algún grado de deferencia o ejercido control directo sobre países menores que se distribuyen en torno a sus fronteras o en mares adyacentes.
Dado los cambios tectónicos experimentados en las dos primeras décadas del siglo XXI, la reedición de este concepto, pero sobre todo de esta forma de relacionarse entre las potencias, sería una realidad que ha llegado para quedarse.
Como explica Allison, “donde el equilibrio de fuerzas entre un estado y otro cambia al punto de que el primero se convierte en el predominante, el nuevo equilibrio de poder resultante proyecta una sombra que se convierte, en efecto, en una ‘esfera de influencia’”.
Generalmente, una potencia predominante toma acciones cuando ve que su periferia es amenazada o presionada por un actor igual o más fuerte. Y si esas tensiones no se administran de la forma correcta estallan los conflictos. Henry Kissinger advirtió hace seis años que si los estadistas actuales fracasaban a la hora de organizar un nuevo orden mundial legítimo para todos, se iba a evolucionar hacia esferas de influencia que tendrían estructuras internas y formas de gobierno particulares.
“En sus márgenes, cada esfera sentiría la tentación de probar fuerza contra otras entidades de órdenes considerados ilegítimos. Con el tiempo las tensiones de estos procesos degenerarían en maniobras por el estatus o la ventaja a escala a continental o incluso mundial”, sostuvo Kissinger en “Orden Mundial”, un pronóstico que parece haberse hecho realidad demasiado pronto.
Una rápida y breve revisión de recientes incidentes ocurridos sobre distintos mares, de alguna forma ayudan a entender mejor este punto.
El miércoles 15 de abril, la 5ª Flota de la Armada de EE. UU. reveló un video donde se observan 11 lanchas artilladas de la Guardia Revolucionaria Iraní rodeando repetidamente a buques estadounidense en el Golfo Pérsico.
Funcionarios del régimen de Irán, país que ha amenazado más de una vez con cerrar el tránsito por una ruta petrolera clave y al cual se le atribuye la colocación de explosivos en petroleros, respondieron con duras palabras sobre el incidente, mientras los estadounidenses afirmaron que los buques transitaban por aguas internacionales. Teherán, la potencia regional chiita, que ha dejado su huella en los conflictos del Líbano, Irak, Siria y Yemen, desde hace cuatro décadas busca que Estados Unidos abandone el Medio Oriente, donde está su esfera de influencia desde los tiempos del imperio persa.
“Lo que causa inseguridad en la región del golfo Pérsico es la presencia ilegal y agresiva de los americanos, que han venido desde el otro extremo del mundo hasta nuestras fronteras”, declaró el ministro de Defensa iraní, general Amir Hatami, citado por la agencia estatal IRNA.
En otro incidente, la la Armada de EE.UU. informó el jueves 16 de abril que un avión de exploración aeromarítima P-8A que sobrevolaba el mar Mediterráneo fue interceptado por un caza ruso Su-35.Según la 6ª Flota, el avión ruso realizó una maniobra invertida de “alta velocidad directamente frente” al P8-A. También se aprovechó de recordar que esa acción no corresponde entre las partes, puesto que existe un Acuerdo para la Prevención de Incidentes en y sobre Alta Mar de 1972.
Con la anexión de la península de Crimea en 2014, donde se encuentra la importante base naval de Sebastopol, y luego con su presencia militar en Siria donde es clave el acceso al puerto de Tartus, Rusia ha ido delimitando cada vez mejor en los últimos años su esfera influencia en el Mediterráneo oriental.
Pero Estados Unidos no se ha quedado a atrás, tras años de distanciamiento de América Latina, su esfera de influencia tradicional, este mes lanzó una operación marítima antidrogas en el Caribe y el Pacífico central para detener el flujo de drogas procedente de Venezuela, un país que ha depositado su defensa en el armamento ruso. Sin embargo, es menos probable que el régimen de Nicolás Maduro provoque un incidente con buques o aviones estadounidenses, en particular después de que uno de sus patrulleros se hundió tras embestir deliberadamente a crucero de pasajeros.
En medio de la guerra global contra el coronavirus, la Armada china tiene a su portaaviones “Liaoning” con su respectivo grupo batalla dando vueltas por el este de Asia, lo que incluyó pasar a través del estrecho de Miyako, entre Taiwán y la isla japonesa de Okinawa, ante lo cual ambos países respondieron enviando patrullas de reconocimiento. De forma simultánea, se han registrado incidentes entre embarcaciones chinas y vietnamitas sobre aguas del disputado Mar del Sur de China.
Aunque algunos relacionan esta creciente actividad al hecho de que dos portaaviones estadounidenses (“USS Theodore Roosevelt” y “USS Ronald Reagan”), que suelen cubrir esas regiones, se encuentran amarrados en puerto producto de la pandemia, estas son maniobras que la Armada china viene incrementando hace cinco años para remarcar su esfera de influencia dentro de la llamada “primera cadena de islas”, que incluyen mares y aguas al oeste de Japón, Filipinas y Malasia. Muy recordada es una frase del presidente Xi Jinping de 2014, cuando dijo que corresponde a los “asiáticos defender la seguridad de Asia”, lo que ha sido interpretado como su propia versión de la Doctrina Monroe.
En una época de “restauración estratégica”, como sostiene Richard Haass, donde la competencia o rivalidad entre potencias está de regreso, es probable que veamos muchos más roces entre quienes busquen delimitar mejor sus “esferas de influencia” frente a actores de sus periferias o extrarregionales. Más que sensores y sistemas de armas, es el profesionalismo de las tripulaciones que enfrenten los incidentes el que será puesto a prueba con una intensidad no vista desde la Guerra Fría. Un error de cálculo o una sobre reacción pueden abrir escenarios de hostilidad entre Estados no vistos hace un buen tiempo.
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