El Mostrador, martes 21 de julio de 2020
La experiencia de más de 200 años les ha enseñado que ser gobierno no paga y que es mejor actuar como Fuerzas Armadas apolíticas centradas en Chile y alejadas de todo lo que suene o tenga olor a política partidista. Ya pisaron el palito en el pasado y no les interesa volver a hacerlo, saben que quienes quieren hacer revoluciones buscarán tenerlas a su lado, ya que no hay revolución que resulte si no se tiene el poder de las armas o que, bien, buscarán neutralizarlas a través de acciones y ataques legales, comunicacionales o de cualquier cosa que les permita ir adelante con sus planes.
El 16 de julio se celebró a la Virgen del Carmen, patrona y generala de las armas chilenas. Encontré apropiado escribir sobre las relaciones de las Fuerzas Armadas con la política, algo que cobra aún más importancia cuando los ambientes político, económico y social están revueltos, ya que Chile tiene una tradición de dirigir la mirada a sus institutos armados cuando las cosas se colocan feas. Es cosa de mirar la Guerra Civil de 1891, la intervención de 1973 y muchas otras oportunidades en que las cosas no llegaron a mayores.
La relación entre el poder militar y la política nunca ha sido fácil, ya que la primera dispone del poder de las armas y puede, si así lo quiere, tomarse el poder como ha sucedido múltiples veces en la historia de la humanidad. El más famoso caso fue el cruce del Río Rubicón por el gobernador de las Galias, Julio César, en 49 a. C., que pasa a llevar la restricción que impedía a las legiones romanas traspasar ese río por el riesgo de que las tropas intervinieran en la política romana. Al parecer esa restricción era bien pensada, ya que Julio César inicio el terminó de la República y se hizo nombrar cónsul y dictador vitalicio.
Lo normal hasta tiempos recientes era que el poder militar y el poder político estuviesen integrados, pero en occidente, con el pasar de los años, eso dejó de ser lo normal con el asentamiento de la democracia como forma de gobierno y la separación de los poderes del Estado. Solo se mantiene en algunos países en que la democracia no está desarrollada, como China, Rusia, Cuba, Venezuela, Myanmar, Tailandia, y algunos países del Medio Oriente, en donde es clave tener el control efectivo de las armas para sostenerse en el poder.
En Chile hemos evolucionado desde la figura del gobernador general que a la vez era el capitán general y Presidente de la Real Audiencia, a la situación actual en que los institutos armados están bajo la autoridad, pero no integrados, al Ejecutivo. El Presidente, que debe ser un civil, solo en caso de guerra asume la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas, designa y destituye a los comandantes en Jefe y al jefe del Estado Mayor Conjunto.
Para llegar a la situación actual pasamos por varios eventos en donde las Fuerzas Armadas se involucraron en la política, como son, por nombrar algunos: la Guerra Civil de 1891, los ruidos de sables de 1924, el Tacnazo de 1969, la participación de generales y almirantes en los gabinetes de Balmaceda o Allende, el pronunciamiento o golpe militar del 1973 que derivó en un gobierno militar de un poco más de 16 años y, en tiempos más recientes, el boinazo del 1993.
Considerando tanto las evidencias históricas, sean propias o de otros, la realidad que existe en países no democráticos y asumiendo que estamos de acuerdo en que las Fuerzas Armadas no deben participar en política, la pregunta es: ¿cómo sostenemos la realidad de FF.AA. no participativas y no deliberantes más allá de los resguardos legales y constitucionales?
Partiendo de la base que estas cumplen con ser efectivas, eficientes, bien administradas y, por ende, que no deben ser intervenidas en su administración, las debemos respetar por su rol de protección de la soberanía y de la independencia política, de la existencia de la democracia como sistema de gobierno, el desarrollo económico y el bienestar de los chilenos. Ese respeto debería implicar su buen remunerar, por el reconocer que su régimen de pensiones debe ser distinto producto de sus funciones y que se entienda que tienen la capacidad de pensar, de opinar, lo que no es igual a deliberar, pero por sobre todo se debe evitar que sean usadas o capturadas por grupos de interés o partidos políticos que las requieran para acceder o permanecer en el poder, o usar para fines distintos a su naturaleza.
Dicho todo lo anterior, corresponde preguntarse si en las circunstancias actuales estamos o no empujando a las Fuerzas Armadas a situaciones que las puedan acercar a la contingencia política. La respuesta es un claro y rotundo sí. El haber sacado a las FF.AA para el Estado de Emergencia del 18 de octubre de 2019 y nuevamente para el Estado de Catástrofe que se inició a mediados de marzo y que nos va a acompañar hasta la primavera, transforma a las instituciones en actores políticos de primera línea. En los Estados de Excepción los jefes de la defensa actúan por delegación presidencial y reportan al Jefe de Estado a través del ministro del Interior. Están por sobre los intendentes y actúan en el nivel político, teniendo a su cargo las fuerzas militares y policiales asignadas a su mando.
No solo las circunstancias actuales las transforman en actores políticos, sino también el hecho de que con el paso de los años se les han asignado una serie de áreas de misión que van más allá de las propias de la defensa nacional. Tener áreas de misión en donde se puedan usar las capacidades polivalentes es eficaz y eficiente, pero implica involucrarlas en aspectos que tienen bastante más de política que de defensa nacional pura y dura. A modo de ejemplo, cualquiera de las tres instituciones –aparte del área de misión de defensa de la soberanía e integridad territorial– tiene responsabilidades asignadas en cooperación internacional y apoyo a la política exterior, emergencia nacional y protección civil, contribución al desarrollo nacional y acción del Estado, seguridad e intereses territoriales, marítimos y aéreos.
La pregunta que sigue es: si tienen el poder y ya están muy involucradas en lo que sucede en Chile, ¿por qué no se toman el poder y gobiernan ellas? Mi respuesta personal es que no tienen vocación política en el sentido de gobernar y de elegir entre posturas de las izquierdas o de las derechas. No está en su ADN, pero, dicho eso, no quiere decir que no piensen y tengan una evaluación propia de lo que sucede, que no hagan saber su opinión a través de los conductos regulares, de terceros o en forma muy reservada. Saben que tienen el poder de las armas y saben que su opinión será escuchada y tomada en cuenta, pero insisto en que no les interesa gobernar y ejercer el poder político. Les interesa el bienestar de Chile, de los chilenos y proteger a su patria.
La experiencia de más de 200 años les ha enseñado que ser gobierno no paga y que es mejor actuar como Fuerzas Armadas apolíticas centradas en Chile y alejadas de todo lo que suene o tenga olor a política partidista. Ya pisaron el palito en el pasado y no les interesa volver a hacerlo, saben que quienes quieren hacer revoluciones buscarán tenerlas a su lado, ya que no hay revolución que resulte si no se tiene el poder de las armas o que, bien, buscarán neutralizarlas a través de acciones y ataques legales, comunicacionales o de cualquier cosa que les permita ir adelante con sus planes.
Nunca había visto instituciones armadas tan bien plantadas y seguras de sí mismas, con claridad absoluta de su propósito, de las exigencias y tensiones a las que serán sometidas si es que el ambiente político, económico y social sigue revuelto y convulsionado.
Para terminar, no veo en el horizonte posibilidades de repetición de un 1891 o un 1973, a pesar de que hay quienes están tratando de encontrar paralelos entre las situaciones actuales y las pasadas. Si intervienen de alguna forma para ordenar las cosas, será en forma más sutil, menos evidente y con un solo fin: proteger a Chile y los chilenos.
Richard Kouyoumdjian
Vicepresidente AthenaLab
Fuente: El Mostrador
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