La actual pandemia por la que transita el mundo le da a Chile una oportunidad para revolucionar sus esquemas de funcionamiento tradicional. Una sociedad digitalizada podría emerger en medio de la incertidumbre si los diseñadores de políticas públicas, los líderes de opinión y los mismos ciudadanos acuerdan avanzar hacia un modelo innovador que mejore la calidad de vida de todos, pensando en la etapa de pospandemia.
Existe un modelo en Europa que permite trazar líneas sobre ese futuro posible. A mediados de la década de 1990, los líderes de Estonia decidieron reinventar su propio destino, lejos de su pasado soviético y de los experimentos de sus vecinos. Por un lado, los políticos de este país báltico adoptaron las recetas del Consenso de Washington hacia una economía de libre mercado; por el otro, el sector privado y los ciudadanos, en general, decidieron recorrer un camino de datos compartidos para hacer más eficiente la burocracia estatal, más prósperos los negocios de los emprendedores y más óptimo el bienestar social.
La “República Digital” de Estonia empezó a configurarse gracias a una estrategia que partió con un impulso estatal para dotarse de la educación y conocimiento digital necesarios desde los más tempranos niveles. Luego, los gobiernos lograron compromisos con los empresarios para impulsar programas masivos de capacitación laboral en tecnologías de la información. Todos esos esfuerzos cooperativos tuvieron un respaldo general de la población, que redundó en un aumento de la confianza entre Estado y privados.
Hoy Estonia cuenta con una red interconectada de datos, resguardada por un escudo legal y cibernético de seguridad, que les permite a sus habitantes tomar decisiones integradas. Con un par de clics y una sola identidad online pueden declarar impuestos, abrir empresas, consultar exámenes médicos, postular a universidades y hasta votar con total libertad.
El caso estonio es un ejemplo del cual Chile, y tantos otros países, puede obtener lecciones valiosas.
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