Un viejo aforismo militar afirma que “el fuego es el que detiene”, lo que se refleja en el hecho de que desde la I Guerra Mundial los fuegos terrestres y, particularmente, los de artillería, son las armas convencionales que mayor cantidad de bajas producen en el campo de batalla. En el combate, se integran a la maniobra fuegos generados en distintas plataformas, pero sin duda los más relevantes, por el impacto que tienen en el desarrollo de la batalla, son los fuegos ejecutados por sistemas de armas terrestres de largo alcance.
Se dice que la realidad es porfiada, pues impone las reglas. En la guerra esto se repite frecuentemente. Durante las últimas décadas, con el desarrollo del arma aérea, el uso militar del espacio ultraterrestre y la explotación del ciberespacio, se ha postulado sobre un cambio radical en la forma en que se desarrollan las operaciones militares. Es cierto, armas avanzadas empleadas en ambientes adecuados, en la cantidad y calidad requeridas, son elementos diferenciadores difíciles de contrarrestar. Sin embargo, hecha la medida, se genera una contramedida. Ha ocurrido con buques, submarinos, tanques y aviones. En el caso de las dimensiones espacial y del ciberespacio se estima que estas aún actúan más bien como facilitadores o potenciadores de las tres tradicionales —terrestre, marítima, aérea—, tal como se discutió en la última versión del Land Warfare Conference, organizado por el Royal United Services Institute en junio 2022, en la que Athenalab estuvo presente.
La incorporación del arma aérea, así como la invención de los misiles, otorgaron grandes beneficios a las fuerzas militares, como pueden ser la precisión y el alcance. Sin embargo, salvo en Estados desarrollados o con una fuerte inversión en defensa como pueden ser Estados Unidos, China, Reino Unido, Francia, Rusia, Suecia y algunos otros, la disponibilidad de estas y otras armas avanzadas es limitado. De esta manera, el uso tradicional de los fuegos terrestres sigue siendo un elemento fundamental en el poder militar.
Lo visto en estos últimos seis meses de campaña militar en Ucrania dan prueba de ello. Si bien los rusos emplearon significativamente armas guiadas en el inicio de su ofensiva, con el paso del tiempo su uso disminuyó, pasando a emplear masivamente su artillería tradicional. Se estima que las fuerzas armadas de Moscú disparan alrededor de 20.000 proyectiles de artillería al día, considerándose que sus reservas de munición le permitirían mantener esa cadencia por varios años. Las imágenes del asedio a ciudades destruidas y la cantidad de bajas producidas a las fuerzas ucranianas han sido enormes. Con este enfoque, sustentado en un histórico y masivo poder de fuego, los rusos han suplido carencias en sus unidades de maniobra y compensado el buen performance que han demostrado los defensores.
En contraposición, las fuerzas de defensa de Kiev poco tenían a su disposición al inicio de las hostilidades para contrarrestar este desbalance, pues contaban con menos de un 30% de las bases de fuego en comparación con Rusia y con stocks de munición mucho más acotados. No obstante, la entrega por parte de Occidente de medios avanzados como el sistema lanzador de cohetes HIMARS, han nivelado un poco el escenario, brindando herramientas importantes para su defensa. Con estas, los ucranianos han sido capaces de batir objetivos que estaban fuera de su alcance más a la profundidad, impactando la cadena de suministros, destruyendo depósitos de munición de artillería, neutralizando puestos de mando, dentro de otros efectos.
Para lograr una mayor eficiencia, cualquier unidad de artillería requiere de tres componentes esenciales: un elemento que busque y localice los objetivos por batir; uno que procese los datos de localización y los transforme en información técnica de tiro; y, finalmente, las unidades que ejecuten materialmente los fuegos. Esta organización es general y se replica en todos los ejércitos, diferenciándose en los niveles de tecnificación y automatización, así como en la calidad y desarrollo de los componentes.
Dentro de los elementos necesarios para la búsqueda y localización de objetivos, lo básico es emplear observadores terrestres o aéreos especializados de la propia artillería o de fuerzas de operaciones especiales. Estas unidades utilizan distintos elementos y técnicas para lograr una mayor precisión (telémetros, GPS, etc.), los que incluyen el uso de drones de reconocimiento. Del mismo modo, existen equipos especialmente diseñados para localizar unidades de artillería mediante el empleo de radares. Estos sistemas detectan proyectiles en vuelo y son capaces de determinar el punto desde el cual fueron disparados.
La actual guerra ha demostrado que la población civil, mediante el uso de teléfonos celulares y redes sociales, se ha transformado en una importante fuente de información y colaboración para la localización de objetivos. Sin duda, el uso de satélites también permite, con gran exactitud determinar la ubicación de blancos, lo que no se limita exclusivamente a satélites militares, pues existen varias empresas privadas capaces de proporcionar imágenes con suficiente detalle para ello, como es el caso de Maxar. El factor común de todo lo anterior, es que se debe ubicar geográficamente un objetivo —fijo o en movimiento— y entregar dicha información a un centro de procesamiento de datos.
Este procesamiento, que constituye el segundo elemento fundamental para el funcionamiento de la artillería, son los centros de dirección del fuego. Mediante distintas técnicas las que pueden ser manuales, computarizadas o una mezcla de ambas, se transforma la información proporcionada por quien localizó un objetivo, en datos técnicos que las unidades ejecutoras emplean para apuntar y disparar. Este elemento es fundamental por varias razones. Primero, el nivel de rapidez y exactitud de sus cálculos influirán determinantemente en el resultado de los fuegos. Segundo, es el estamento que decide si un objetivo es batido a no, pues se evalúa y prioriza la importancia en el contexto general de las operaciones.
Por último, se encuentran las unidades que reciben los datos de tiro y ejecutan el fuego. Aquí se encuentran los lanzadores de cohetes, misiles y obuses de artillería en general. Se pueden diferenciar por varios criterios. Por el tipo de arma, donde existen misiles, cohetes y artillería de tubo (cañones y obuses) o por su alcance. Se pueden reconocer además por la forma de propulsión, destacándose principalmente los tractados, autopropulsados e incluso, en ambientes de alta montaña, cargados por mulares. La cadencia de tiro es otro elemento distintivo, donde los lanzadores múltiples de cohetes son los de mayor capacidad de saturación de espacio.
La precisión y el alcance son aspectos clave en el campo de batalla. En este ámbito, la munición hace la diferencia. Respecto de lo primero, el espectro de alternativas va desde proyectiles “tontos”, que no tienen posibilidades de modificar su trayectoria, a ingenios guiados, donde los misiles llevan la delantera. Sobre el alcance, lo normal es que la artillería de cohetes supere a obuses y, por su parte, los misiles logran mayores distancias. La correcta combinación de estos dos factores genera diferencias importantes en la calidad del apoyo de fuego.
Otro elemento son las comunicaciones. La seguridad de los enlaces, expresada en la no interceptación o en la interrupción de las transmisiones, es fundamental, pues los sistemas se basan en información que debe fluir entre los componentes. Obviamente, el tráfico puede darse por medio de voz o por la transmisión de datos, lo que mejora la calidad, rapidez y exactitud en el procesamiento.
Finalmente, el elemento de mayor relevancia sigue siendo el factor humano. Las dotaciones, su capacitación, entrenamiento (como referencia, se puede señalar que el entrenamiento de una dotación de sistema de artillería de cohetes, como el Lockheed Martin, puede realizarse en un lapso de dos meses en tiempo de paz y de manera formal), doctrina, entre otros, hacen la diferencia que incluso puede suplir falencias tecnológicas o en la cantidad de medios disponibles, como ha sucedido en el caso de Ucrania.
La guerra en Ucrania ha demostrado la vigencia e importancia de los fuegos de artillería en el campo de batalla. En los últimos días la ofensiva ucraniana ha debido contar con el apoyo de dichos fuegos terrestres, tanto para hacer más viable los diversos ataques, como para la recuperación de terreno por parte de sus tropas.
Lo anterior, constituye un ejemplo para Estados de menor tamaño y presupuesto como el caso de Chile. Se requiere contar con dotaciones altamente entrenadas y capacitadas en las distintas técnicas, así como incorporar capacidades como las descritas o desarrollarlas con la industria nacional. Radares de localización de objetivos o munición inteligente, son alternativas que permiten saltos relevantes en el desarrollo de capacidades con impacto en los niveles tácticos, operacionales e incluso estratégicos.
Marcelo Masalleras, investigador AthenaLab
12 de septiembre de 2022
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