El 9 de agosto se conmemora el lanzamiento de una bomba atómica por parte de Estados Unidos sobre la ciudad de Nagasaki, la que junto a Hiroshima (atacada tres días antes el 6 de agosto de 1945), han sido las únicas experiencias de uso de este tipo de armas con fines bélicos, ambas en territorio japonés y en los últimos días de la II Guerra Mundial. Este tipo de armas, que llegó a cambiar el carácter del enfrentamiento bélico y la conceptualización estratégica, obligó al Imperio Japonés a firmar la paz y definió, en gran medida, el desarrollo de la Guerra Fría.
Con la invasión rusa a Ucrania en febrero pasado y el apoyo material que las potencias occidentales han prestado, autoridades del Kremlin deslizaron ciertas amenazas sobre el potencial uso de armas atómicas, en caso de intervención. Esto, sumado a los avances de Corea del Norte en esta materia y a los intentos de otros Estados, como Irán, de convertirse en potencias nucleares, han generado preocupación e inestabilidad en un ámbito que se creía contenido por la comunidad internacional.
A partir de este contexto, surgen interrogantes sobre qué nivel de seguridad y estabilidad existe en el sistema internacional, qué limitaciones se presentan para el desarrollo de este tipo de armas y qué se puede esperar en el futuro respecto a estas armas de destrucción masiva.
DESARROLLO Y LÍMITACIÓN
Con posterioridad a 1945, las potencias vencedoras de la guerra comenzaron una carrera frenética por dominar el átomo y conseguir el tipo de armamento que Estados Unidos había estrenado. De esta forma, sucesivamente, la Unión Soviética en 1949, Reino Unido en 1952, Francia en 1960 y China en 1964, lo consiguieron. La competencia no quedó ahí, unos y otros continuaron con la experimentación para conseguir mayor potencia y poder de destrucción, logrando detonar la bomba de fusión en 1952 por parte de Estados Unidos. Con posterioridad, los esfuerzos se centraron en los dispositivos de lanzamiento, partiendo con plataformas aéreas para continuar con misiles lanzados desde el aire, bases en tierra y la superficie del mar, terminando con capacidades de lanzamiento subacuático.
Durante la Guerra Fría, las principales potencias que desarrollaron estas armas centraron sus esfuerzos en limitar su propagación a otros Estados y, del mismo modo, a restringir las reservas de cabezas nucleares, considerando que el potencial que se llegó a construir servía para aniquilar a su oponente más de una vez. Se definió en concepto de “Destrucción Mutua Asegurada” (MAD, por sus siglas en inglés) para identificar la posibilidad de que, ante el ataque de uno, también se aseguraba la destrucción del otro. Se desarrollaron sistemas y plataformas distintas para asegurar las capacidades remanentes con tal de ejecutar un segundo ataque, después de haber recibido un primer golpe.
Todo este escenario vivió uno de los momentos de mayor tensión, cuando en 1962, la Unión Soviética comenzó la instalación de misiles en territorio cubano, a solo unos cuantos cientos de kilómetros del territorio continental de Norteamérica. Lo que se conoció como la “Crisis de los Misiles” tuvo al mundo entero en vilo ante la inminente y real amenaza de un conflicto nuclear. Finalmente, la diplomacia se impuso y, con concesiones de ambos bloques, el conflicto desescaló a niveles de cierta normalidad para la época. Un nuevo momento de alta tensión que llevó al mundo a estar posiblemente más cerca del enfrentamiento nuclear, fueron los hechos en torno el ejercicio militar “Able Archer” en 1983 por parte de la OTAN, lo que fue interpretado por las autoridades y servicios de inteligencia soviéticos, como un ataque inminente en su contra. Finalmente, nada sucedió.
La comunidad internacional, desde que se detonaron las bombas atómicas sobre Japón, ha intentado generar una estructura jurídica que prohíba este tipo de armas. Por supuesto que el proceso ha conseguido aunar intensiones de la gran mayoría de los Estados que componen Naciones Unidas, sin embargo, no ha logrado ningún avance en lograr que quienes tienen estas armas renuncien a ellas.
Dentro de la estructura internacional para regular este ámbito se destacan tres tratados. El Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares, el que persigue que ningún Estado transfiera bajo cualquier modalidad este tipo de armas, así como prohíbe que se asista o induzca su fabricación, ni que algún país reciba estos artefactos por parte de un tercero. El segundo es el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, cuya finalidad es impedir que los Estados firmantes realicen algún tipo de ensayo o detonaciones nucleares, ni tampoco permitir que se hagan pruebas de este tipo en su territorio. El tercero es el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares, el que, como su nombre indica, prohíbe el desarrollo, transferencia, recepción, uso o amenaza del uso de estas armas, así como la asistencia o inducción al desarrollo de armas nucleares, ni tampoco permitir la instalación o despliegue de estas armas en su territorio.
En el caso regional, el Tratado de Tlatelolco (1967) vino a definir a América Latina y el Caribe como una zona libre de armas nucleares, conviniendo que las áreas consideradas en el tratado no serían objeto de desarrollo, adquisición, ensayo o despliegue de armas atómicas.
Con todo, el número de países con armas nucleares siguió aumentando, llegando a un total de nueve en la actualidad. Además de las potencias mencionadas anteriormente, se sumaron con los años India en 1974, su vecino Pakistán en 1998 y, con seguridad, pero nunca se ha confirmado ni negado, Israel. A este grupo se debe agregar a Corea del Norte, país que se retiró del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, desarrollando su propio arsenal, con importantes efectos en la seguridad regional. Actualmente, se estima que el total de ojivas nucleares disponibles en el mundo asciende a más de 10.000 distribuidas en: Estados Unidos 5.428, Rusia 6.257, Reino Unido 225, Francia 290, China 350, India 160, Pakistán 165, Israel 90 y Corea del Norte 20 (Ver infografía).
El problema no se termina en este grupo. Otros estados han iniciado programas nucleares con fines militares. No es misterio de Irán ha desarrollado instalaciones y experiencia suficiente para alcanzar su objetivo de contar con armas nucleares, a pesar de la oposición de Estados Unidos y otras potencias occidentales, lo que se ha exacerbado en los últimos años. Libia desarrolló un programa para la misma finalidad, pero fue detectado. Siria es otro caso más o menos reciente, en que podrían haber estado involucrados científicos y otros técnicos de Corea del Norte y/o de Irán.
QUÉ ESPERAR
Si bien ha habido una reducción en la cantidad de cabezas atómicas desde el término de la Guerra Fría —cuando las ojivas nucleares se contaban en decenas de miles—, lo cierto es que aún hay varios miles de ellas. Además, los Estados que poseen estas capacidades continúan perfeccionando sus arsenales y los dispositivos de empleo.
La posibilidad de uso de armas nucleares es remota, no obstante, no está descartado. Quienes poseen estas armas, las tienen porque tienen la voluntad de emplearlas, al menos, de manera defensiva o para disuasión. La normativa internacional ha sido poco efectiva para limitar el desarrollo de armas y mucho menos para lograr su destrucción. No todos los Estados están adscritos a los convenios y, en todo caso, quienes tengan la intensión, pueden retirarse de ellos, tal como lo hizo Corea del Norte. Al final no hay reales incentivos para renunciar, prueba de ello es lo que sucedió con Ucrania después de la desintegración de la Unión Soviética. En 1991, Ucrania poseía el tercer arsenal nuclear, pero fue persuadida por Estados Unidos, Reino Unido y Rusia de ceder sus armas (cabezas nucleares, misiles, vehículos y bombarderos) a esta última, a cambio de ciertas condiciones que aseguraran su integridad territorial e independencia política, en lo que se conoce como el Memorándum de Budapest (1994). Todos conocen qué sucedió después en 2014 y 2022. Cabe la pregunta, de que si Ucrania conservara su capacidad nuclear, Rusia se hubiera atrevido a invadirla.
Más recientemente, después de la invasión rusa a Ucrania y ante la escalada en el apoyo de Occidente a esta última, autoridades del Kremlin han hecho referencia, en más de una oportunidad, a las capacidades nucleares de Rusia, en abierta señal de disuasión a una eventual intervención de potencias occidentales en la guerra. Tampoco está descartado que Moscú utilice armas nucleares tácticas, según evolucionen las operaciones y alcance sus objetivos o, por el contrario, vea seriamente amenazadas sus pretensiones.
En consecuencia, cuando se habla de armas nucleares, se puede advertir que en estos días el mundo está en una situación más compleja o deteriorada que al término de la Guerra Fría. Si bien hay una menor cantidad de armas, son más países quienes las poseen, lo que multiplica las posibilidades de uso; quienes las tienen, no descartan su empleo e incluso amenazan veladamente con su arsenal; otros Estados continúan con su intento por lograr tales capacidades, alimentando inestabilidades regionales y potenciales escaladas que se conviertan en un dilema de seguridad, donde otros se vean obligados a conseguirlas en señal de defensa; por otro parte, grupos terroristas agotan esfuerzos para conseguir armas o combustible nuclear para llevar adelante sus acciones. Además, nada asegura que una mala o incorrecta interpretación de sucesos o incluso un error humano, pueda desencadenar el uso de estas armas.
En 1945 se lanzaron dos bombas contra población civil, difícil decisión que se sustentó en cálculos de miles de bajas civiles y militares ante una invasión de las islas japonesas, nada indica que hoy no se puedan esgrimir los mismos u otros fundamentos para justificar el uso de la energía del átomo como arma de destrucción masiva.
Marcelo Masalleras
Investigador AthenaLab
8 de agosto de 2022
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