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Kamala Harris, candidata: una historia en tres actos

25 de Julio de 2024
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Kamala Harris, candidata: una historia en tres actos

Ex-Ante, 22 de julio 2024

Bill Clinton dijo alguna vez que los estadounidenses prefieren un líder fuerte aunque equivocado, a uno correcto y débil. Trump está confiado en su triunfo, pero Harris aún tiene una oportunidad para mostrar fortaleza.

Cuando Estados Unidos estornuda, el mundo se resfría. Este viejo adagio, que parafrasea a Metternich, sirve aún para graficar la relevancia global de la política estadounidense.

Las consecuencias de lo que allí sucede se sienten en todo el mundo, y los últimos dos ciclos electorales de ese país han sido anómalos, por decir lo menos.

En el primero, un especulador inmobiliario conocido por su inmoralidad y éxito en televisión, gana la Presidencia a pesar de carecer de toda experiencia política.

Más allá de todo juicio sobre su administración en áreas clave como comercio, empleo, infraestructura, manejo sanitario y relaciones exteriores, es claro que en la arena nacional e internacional se comportó igual como lo hacía en TV (esto es, como un matón), y que concluyó su período negándose a aceptar su derrota electoral: concretamente, demandando a funcionarios que manipularan resultados en un Estado clave, exigiendo a su Vicepresidente que violara la Constitución y no certificara el triunfo de su oponente, y azuzando a sus partidarios a atacar el Capitolio para el mismo fin, evento que terminó con víctimas fatales.

Estos son los hechos. Contra todo pronóstico que se pudiera haber hecho entonces, hoy esta figura ha acrecentado el control de su sector político, y es candidato otra vez a la Presidencia, no obstante múltiples procesamientos por delitos graves en juicios penales y civiles. Lo más reciente es el atentado contra su vida, que no fue cometido por algún oponente, sino por un simpatizante de su propio partido.

En el segundo ciclo, un político demócrata de edad muy avanzada y larguísima trayectoria desbanca a la figura anterior y gana la elección presidencial haciendo campaña sin moverse del subterráneo de su casa, debido a la pandemia. Nuevamente dejando de lado los juicios sobre desempeño, el proceso natural de envejecimiento haría indudablemente difícil pensar en un segundo período para un cargo que, incluso para personas jóvenes, es extenuante.

El deterioro de un adulto mayor, como es bien sabido, no siempre es de progresión lenta; al contrario, un giro negativo y brutal puede sobrevenir en cualquier minuto. A sabiendas de esto, y ante los ojos del mundo, el partido permite, irresponsablemente, una candidatura para un nuevo período. Hasta que un debate, por fortuna ocurrido antes de la nominación formal, permite que partido y candidato vean la realidad: que el proceso orgánico es irreversible, y que otra persona debe encabezar la candidatura. Más vale tarde, pero nunca debió exponerse a quien aún es Presidente del país a una situación tipo orquesta del Titanic.

¿Qué depara el ciclo actual? Nadie puede decirlo con certeza.

Falta sólo un mes para la Convención Demócrata, donde es seguro que la Vicepresidenta Kamala Harris, que ya cuenta con el apoyo de Biden, obtendrá la nominación. No hay tiempo para hacer primarias, que incluso en versión reducida serían desgastantes para un partido atravesado por la crisis de liderazgo (por más que exista un precedente de convención con dos precandidatos presidenciales -Kennedy y Johnson- que allí se disputaron el apoyo de los delegados).

Es verdad que Harris no ha tenido un rol muy destacado bajo la administración Biden, y que no logró forjar una relación de socios con Biden, como éste la tuvo con Barack Obama. Pero Harris tiene la legitimidad formal para usar los fondos de campaña ya recolectados, por haber sido parte de la campaña de Biden; y más importante que eso, el trabajo de Harris en estos tres años ha sido estar preparada para reemplazar a Biden en cualquiera eventualidad.

Y otro dato importante es su background profesional: si bien Harris sólo fue Senadora por cuatro años antes de ser Vicepresidenta, su mayor experiencia laboral fue como Fiscal General en su Estado (California), persiguiendo con éxito un rango de delitos que se asemeja mucho al prontuario acumulado de Donald Trump.

Harris, sin duda, es quien más rápidamente se puede subir a un tren que ya está andando. Y la primera prueba del liderazgo que debe demostrar urgentemente es la elección de su compañero de fórmula. Contra el tiempo, ambos deberán luchar para unir al partido, reenergizar la base y apelar al centro: aquellos votantes que podrían votar por Trump a regañadientes, como aquellos que apoyaban a la precandidata republicana Nikki Haley.

Que el foco de esta elección ya no sea la debilidad física de Biden, y que Trump haya sobrevivido sin secuelas al atentado en su contra, permitirá dar vuelta estas páginas, y que por fin se pueda poner atención a la sustancia de ambas candidaturas; cosa muy necesaria, porque la retórica de Trump es verdaderamente preocupante (e incluso podría ser signo de senilidad: hoy, a los 78 años, es él, y no Biden, el nominado a la presidencia más viejo en la historia del país).

No se trata sólo de que las palabras de Trump muestren informalidad, vulgaridad, o desprecio por normas legales, constitucionales y morales básicas. Tampoco de que continúe mintiendo sobre las elecciones de 2020, calificándolas de robadas, cuando no lo fueron. No.

Lo que se escucha en sus discursos de los últimos meses, y especialmente aquellos de las últimas semanas es algo mucho más escalofriante. Eternas divagaciones erráticas sin ningún hilo conductor, que promueven la admiración de autócratas asesinos como Putin y Kim, y el abandono de las alianzas más importantes. Todo esto es literal.

El Trump de hoy no intenta siquiera disimular que promueve el saltarse todas las reglas que sean necesarias para lograr cualquier objetivo.

Su “discurso” es en realidad una perorata que recuerda a Chávez y a Fidel Castro: es el stand-up improvisado de un hombre que al azar junta monsergas repetidas hasta el hartazgo, historias totalmente falsas, propuestas irrealizables, menciones random a Dios todopoderoso, e insultos (sus oponentes son “pervertidos”, “monstruos repugnantes”, “locos”, “estúpidos”, “alimañas”, “de bajo coeficiente intelectual”; los soldados caídos en servicio son “tontos”, “perdedores”; los migrantes “envenenan la sangre”, etc.).

Mike Pence, el ex vicepresidente de Trump, afirmó que “cualquiera que se ponga por encima de la Constitución nunca debería ser Presidente de Estados Unidos; y cualquiera que le pida a otra persona que vulnere la Constitución nunca debería volver a ser Presidente de Estados Unidos”.

La candidatura de Donald Trump a una segunda Presidencia, por lo tanto, no es una candidatura normal de derecha. Harris tiene la misión de hacer ver a los votantes que este Trump, recargado, promueve una cultura que rompe con las reglas democráticas, como lo demostró en su primera presidencia. Que la campaña trumpista es preludio de una forma de gobierno dictatorial: el caudillo que cree que las cosas se logran mediante matonaje y mentiras, humillando a quien se digne oponérsele y tomando decisiones sin asesoría profesional, mientras se burla de sus colegas alrededor del mundo.

Bill Clinton dijo alguna vez que los estadounidenses prefieren un líder fuerte aunque equivocado, a uno correcto y débil. Trump está confiado en su triunfo, pero Harris aún tiene una oportunidad para mostrar fortaleza. Por la salud de la democracia en el mundo, más vale que tenga suerte.

Paz Zárate
Investigadora senior AthenaLab

Fuente: El Líbero

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