“Si nos vemos compelidos a usar la fuerza es porque somos Estados Unidos. Somos la nación indispensable. Vamos con la cabeza bien alta y vemos más lejos que otros países en el futuro, y vemos el peligro que la situación entraña para todos”.
La primera mujer en encabezar el Departamento de Estado norteamericano, Madeleine Albright, falleció el miércoles a los 84 años, debido a un cáncer, según confirmó su familia en un comunicado.
Fue una incombustible pensadora, escritora y ejecutora de la política internacional. Tanto su vida como su obra tienen mucho que ver con su origen europeo, puesto que nació en Checoslovaquia (hoy Chequia) y llegó a Estados Unidos como refugiada en 1948, luego de que su familia judía huyera de los nazis.
Ejerció la secretaría de Estado en el segundo período del gobierno del presidente demócrata Bill Clinton, entre 1997 y 2001, tras haber ocupado el puesto de embajadora de su país ante Naciones Unidas desde 1993.
En ambas posiciones actuó con firmeza, cuando se trató de defender los principios del orden internacional apelando a la fuerza de ser necesario. Se ha afirmado que era una “idealista pragmática”, que creía en un “multilateralismo asertivo” o en el “internacionalismo musculoso”.
Pero si hay una frase que resume su visión es la que surgió en una entrevista con la cadena NBC: “Si nos vemos compelidos a usar la fuerza es porque somos Estados Unidos. Somos la nación indispensable. Vamos con la cabeza bien alta y vemos más lejos que otros países en el futuro, y vemos el peligro que la situación entraña para todos”.
Lo cierto, es que en la década de 1990 Estados Unidos había emergido como la única potencia vencedora de la Guerra Fría, lo que suponía una gran responsabilidad, pero también una gran incógnita, dado el inédito “momento unipolar” que se vivía. La política exterior tenía buscar un nuevo guion, tras años de enfocarse en contener a los soviéticos.
Las crisis humanitarias en África y las guerras en la entonces Yugoslavia crearon la oportunidad. Albright, por ejemplo, defendió la presencia de los militares de su país en Somalia para ayudar a la misión de Naciones Unidas, pese a que esa intervención terminó en un fiasco total.
Durante la guerra en los Balcanes presionó siempre por adoptar una línea más dura contra los serbios en Bosnia, especialmente tras una serie de masacres. Respaldó con contundencia la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la intervención militar en Kosovo.
Siempre abogó por llevar al dictador serbio Slobodan Milosevic y sus secuaces a un tribunal penal internacional por sus crímenes de guerra. Creía que los líderes autoritarios, como el iraquí Saddam Hussein, no se podían salirse con la suya. Su último libro de 2019, se llama “Fascismo: una advertencia”.
También visitó Corea del Norte, en la primera incursión de un alto representante estadounidense tras el fin de la guerra en la península (1950-1953) para intentar frenar, sin éxito, las ambiciones nucleares de la dinastía Kim.
Tan solo el mes pasado, se refirió en The New York Times sobre el “error” que cometería el presidente ruso Vladimir Putin si invadía Ucrania, como efectivamente ocurrió el pasado 24 de febrero.
“En lugar de allanar el camino de Rusia hacia la grandeza, invadir Ucrania aseguraría la infamia del señor Putin al dejar a su país diplomáticamente aislado, económicamente lisiado y estratégicamente vulnerable frente a una alianza occidental más fuerte y unida”, sentenció.
Si es Estados Unidos sigue siendo hoy, o no, la “nación indispensable” es todo un tema de debate, ante la emergencia de otra potencia de alcance global como China.
Sin embargo, el decidido respaldo militar de Washington a sus socios europeos de la OTAN en medio de la guerra de Ucrania, probablemente irían muy en la línea de Albright, así como la mayor cercanía alcanzada con Bruselas.
AthenaLab
23 de marzo de 2022
