Uno puede estar totalmente en desacuerdo en el fondo y la forma sobre el interés manifiesto del Presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, de tomar control de Groenlandia (territorio danés autónomo) y el canal de Panamá, pero es imposible disentir sobre la renovada importancia de los pasos estratégicos oceánicos y el control de espacios disputados.
Durante ese período de hiperglobalización económica entre 1991, disolución de la Unión Soviética, y 2014, anexión de Crimea por parte de Rusia, se instaló la idea de que las fronteras no eran tan importantes, tampoco la posesión de territorios, ya fueran islas pequeñas o grandes zonas relativamente vacías. El comercio y la tecnología eran fuerzas integradoras que estaban haciendo el mundo más plano. Un flujo incesante de bienes, capitales, datos y personas se encargaban de borrar a diario los límites políticos que aparecen en los mapas dibujados con líneas gruesas.
Sin embargo, mientras las democracias liberales dejaron que sus manuales de geografía acumularan polvo, potencias como Rusia, China e Irán no perdieron de vista la importancia del territorio, que es transformable en poder por los recursos que contenga (humanos y naturales) y por la ubicación que posea. Controlar la península de Crimea es tan clave en el Mar Negro, como disponer de islas militarizadas en el Mar del Sur de China o contar con los medios para interrumpir el tráfico en el estrecho de Ormuz.
Como loa deseos de Trump parecen más bien ser parte de su retórica provocadora es importante mirar lo que hay detrás de ellos. En el caso de Panamá, es obvia la preocupación por la mayor presencia de China en el paso interoceánico, tanto en la operación de sus puertos como en el empleo de la ruta. Es parte de su guerra comercial, más que otra cosa, y un reconocimiento de que este paso entre el Atlántico y el Pacífico es fundamental para su país. Una de las razones para construirlo fue permitir el desplazamiento rápido de sus flotas entre esos océanos.
En el caso de Groenlandia, la isla es un depósito importante de recursos minerales sin duda, pero sobre todo tiene una ubicación estratégica. Junto con Islandia y el Reino Unido (United Kingdom), describe un arco conocido como la brecha GIUK (por el acrónimo en inglés), desde donde se controla el paso de los submarinos rusos entre el Atlántico y el Ártico. Su vigilancia fue permanente e intensa durante de la Guerra Fría.
En cuanto al Ártico mismo, su control mayoritario está en manos de Rusia y Canadá. La nueva estrategia ártica estadounidense expresa su preocupación por el despliegue militar ruso permanente y también se observa el mayor el empleo comercial por parte de China de las rutas polares.
Si seguimos revisando el atlas, ahora llegamos a la Antártica. La reciente visita del Presidente Gabriel Boric al Polo Sur, en el marco de una tradición de los mandatarios chilenos inaugurada por Gabriel González Videla de ir al continente, sirve para remarcar soberanía sobre territorios remotos, en particular, si existen reclamaciones superpuestas.
Todo lo anterior, solo viene a probar la influencia de la geografía sobre las decisiones políticas, o más bien explica sencillamente por qué hoy se vuelve hablar de… geopolítica.
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