El Mercurio, 13 de abril 2019
Juan Pablo Toro V.
El secretario de Estado, Mike Pompeo, ocupó ayer gran parte de su discurso sobre política exterior hacia América Latina para criticar el «aumento de la presencia de China» en la región y lo que considera sus efectos negativos.
Apuntó a los capitales chinos que han ingresado a obras públicas tras acuerdos poco transparentes de gobierno a gobierno, lo que se ha prestado para enormes casos de corrupción y la erosión de instituciones.
Acusó a Beijing de «tomar el control de los países» por medio de créditos que después generan una «enorme trampa de la deuda».
Y por último, arremetió contra el apoyo dado por China -y también Rusia- al régimen de Nicolás Maduro, que contraviene los pedidos de Naciones Unidas y de una buena parte de la comunidad internacional, que clama por democracia.
Más allá de las críticas, cuya validez varía caso a caso, el mensaje puede ser entendido de muchas formas, incluso como un incómodo emplazamiento justo cuando el Presidente Sebastián Piñera va de gira a China. ¿Llegó la hora de optar? No es una respuesta fácil. Sobre todo porque hay elementos de soberanía e intereses nacionales comprometidos.
Es cierto que con Estados Unidos, países como Chile comparten intereses económicos y profundos valores políticos. Pompeo resaltó el punto, equiparando a Thomas Jefferson con Andrés Bello (venezolano avecindado en Chile), por su legado institucional y democrático. Mientras que con China se tiene una rentable sociedad comercial y sólidos vínculos diplomáticos que casi se extienden por 50 años.
Pero el diplomático también advirtió que cuando no se cuidan los lazos regionales y hay un vacío, este puede ser ocupado por otros «presuntos amigos». No recordó eso sí que su administración, que ahora se declaró de regreso en América Latina, sembró desconcierto al retirarse del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) y del Acuerdo de París sobre cambio climático. Tampoco anunció grandes montos en inversiones o iniciativas en seguridad que contrarresten la influencia china, más allá del programa América Crece -de proyectos en energía e infraestructura- que fue lanzado el año pasado.
A la hora de generar una respuesta a esta evidente disputa, Chile tendrá que pensar en una forma inteligente de navegar entre dos gigantes y no salir dañado. De partida, serviría tener una visión propia de lo que se quiere ser como país, establecer los niveles esperados de sus distintos tipos de relaciones (comercio, política, defensa, tecnología y energía), tener una aproximación estratégica al Asia-Pacífico como un todo y trazar líneas rojas sobre los intereses nacionales. Las relaciones con Estados Unidos y China hasta ahora han sido beneficiosas. No parece que aún ha llegado la hora de optar, pero el reloj está corriendo y hay que estar preparados.
* Juan Pablo Toro es director ejecutivo AthenaLab
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