El Mercurio, sábado 28 de diciembre 2019
Una de las pocas certezas que tenemos estos tiempos es que dadas las turbulencias que atraviesan los países de América Latina, no hay mucho que copiar de al lado cuando se trata de buscar un nuevo modelo de desarrollo o, mejor aún, de optimizar el propio si este arroja buenos resultados. Por eso, todas las miradas hoy apuntan a Europa o al Asia-Pacífico. Y así empiezan a desfilar nombres como Nueva Zelandia, Países Bajos y Corea del Sur.
De algún modo, se considera que todas estas democracias liberales han logrado alcanzar un umbral de estabilidad y calidad de vida para sus sociedades gracias a políticas que combinan al mismo tiempo criterios como inclusividad, eficiencia y transparencia.
Sin embargo, al haber tenido la oportunidad de visitar los tres países, me atrevería a decir que otro activo que presentan todos ellos es que cuando se presentan problemas los actores sociales, más que buscar culpables, tienden a concentrar sus debates en la búsqueda de soluciones en un marco de respeto de la convivencia y el Estado de Derecho. Tiende a primar la primera persona plural sobre el “yo”, transmutado hoy en “mi opinión, mi verdad”.
Francis Fukuyama se preguntaba hace unos años cómo podíamos llegar a Dinamarca, asumiendo que el “Getting to Denmark” es una especie de ideal al que aspiran las sociedades que comparten ideales democráticos. Tras revisar distintos casos de modernización, llegó a la conclusión de que en Europa el desarrollo social precedió al desarrollo político, de modo que las instituciones que se crearon buscaron preservar derechos y deberes individuales, pero dando un espacio al Estado en aquellos aspectos que se consideraron que era mejor abordar colectivamente, por aspectos tanto prácticos como igualitarios (aunque este último haya sido su efecto).
Incluso puede que la alemana Ursula von der Leyden haya tratado de cristalizar esta idea al establecer como una de las prioridades de la Comisión Europea, que preside desde principios de diciembre, la “promoción de un modo de vida europeo”, que tiene en el núcleo el respeto del Estado de Derecho para defender valores como la libertad, igualdad, justicia y la dignidad humana. Sin duda, algo menos inspirador que el “sueño americano” (progreso individual sobre la base de la igualdad de oportunidades, muy cuestionado estos días) o menos ambicioso que el “sueño chino” (una sociedad “modestamente acomodada” bajo estricto control político), pero mucho más práctico, puesto que el tema de la identidad en la UE es muy complejo.
Si algo aprendimos del siglo XX es que el fracaso de los procesos de nation building se dio por intentar trasplantar instituciones sin reconocer la singularidad de las sociedades. Asimismo, fue un mal negocio seguir sueños de otros, sobre todo si estaban revestidos de ideologías totalitarias que llevan al despeñadero económico.
Por eso, se inicia un proceso interesante de exploración y adaptación. De Singapur, se puede observar la importancia de contar con una burocracia profesional basada en la meritocracia (que sirva a la gente, más que a ella misma) y una planificación urbana en constante adaptación; de Canadá, la importancia de la confianza como prerrequisito para la vigencia del Estado de Derecho; de Finlandia, su apuesta por la educación escolar como el gran motor de progreso; de Suiza, su capacidad para hacer participar a los ciudadanos en decisiones políticas de forma regular; de Corea del Sur, la diversificación progresiva de la economía; de Australia, los cluster productivos… Así podríamos seguir al infinito.
Cada Estado es singular. Y cuando construye u optimiza su modelo, puede tomar prestadas prácticas de otros, si eso es funcional a una aspiración compartida. Seguro existen lecciones que aprender. Pero hay elementos propios de Chile que seguirán estando ahí y que no deben ser desestimados. Si este país del Pacífico suroriental quiere seguir creciendo, deberá seguir conectado con los mercados globales y especialmente con Asia, para lo cual debe mantener su apuesta por el libre comercio. Su condición marítima, que se expresa en su configuración tricontinental, también es otro elemento a potenciar. Y por supuesto, libertad y orden son valores centrales y compatibles para recuperar el equilibrio entre Estado y sociedad, como apuntan Acemoglu y Robinson en su último libro.
En tiempos de definiciones, un último consejo para tomar nota y que también viene desde afuera. “Una nación es grande no solo por su tamaño. Es la voluntad, la cohesión, la resistencia, la disciplina de su gente y la calidad de sus líderes lo que le asegura un lugar honorable en la historia”, dijo Lee Kwan Yew, fundador de Singapur.
Juan Pablo Toro V.
Director ejecutivo del centro de estudios AthenaLab.
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