Como hace años no ocurría, el ritual diplomático que se toma Naciones Unidas todos los septiembres —cuando decenas de gobernantes usan el podio en Nueva York para defender la paz mundial, sus agendas y dejar frases anecdóticas, como “acá huele a azufre”— tiene un sentido de urgencia máximo, aunque esta vez se haga de forma remota. Y no solo por la pandemia, que ha generado una crisis económica y ha trasladado gran parte de nuestras vidas a internet, lo que ahora pone como necesidad prioritaria mejorar la gobernanza del ciberespacio. También, porque cuando el organismo está cumpliendo los 75 años (la edad de jubilación de los obispos), su secretario general, António Guterres, ha propuesto un debate popular sobre “el futuro que queremos”.
Es difícil pensar en un aniversario que encuentre más descolocado a este organismo global. Las respuestas iniciales al coronavirus brillaron por su alcance local, que incluyeron desde los intentos de monopolizar insumos médicos para privilegiar a los ciudadanos propios hasta cerrar fronteras sin previo aviso. Un centenar de países incluso pidió una “investigación independiente” para evaluar cómo actuó la Organización Mundial de la Salud ante la pandemia, lo cual obedece más bien a las dudas que despierta esa entidad, que a la confianza que genera.
Las grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia) desde hace un tiempo, básicamente, vienen haciendo lo que se les da la gana. Así se trate de anexar una península, construir islas artificiales a modo de bases para reforzar reclamaciones territoriales o, sencillamente, abandonar organismos internacionales por considerarlos nidos de burócratas.
Quienes hemos sido testigos en terreno del aporte real que ha hecho Naciones Unidas para estabilizar países como Haití o ayudar a sellar la paz en Colombia, también vimos su escaso impacto para allanar soluciones en el caso de Israel/Palestina.
La eficacia de este organismo, que está dada principalmente por el acatamiento de las normas que hagan sus propios miembros, ha sido puesta a prueba desde arriba y desde abajo, una y otra vez. Más que mala voluntad de las partes o un problema con el alcance real de sus diplomáticos, lo que queda en evidencia es que el mundo de posguerra fría simplemente está siguiendo otras dinámicas.
Es patente la incapacidad del Consejo de Seguridad para reformarse con miras a ser más representativo. Sigue siendo un club limitado a los vencedores de 1945, que poco tiene que ver con la diversidad del mundo actual. Brasil, India y Japón, por ejemplo, hoy emergen como potencias regionales con pesos significativos.
También enfoques originales, como la “Responsabilidad de Proteger”, han quedado vacíos frente a conflictos como Siria y Yemen, donde los países con capacidades reales de intervenir han privilegiado el cálculo geopolítico por sobre otro tipo de consideraciones humanitarias.
Por otro lado, cada vez que uno se entera de que en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas están regímenes como el de Venezuela —acusado por crímenes de lesa humanidad—, es difícil no escuchar la bofetada que se le pega a cientos de presos políticos y millones de refugiados de ese país. Ahora Cuba tiene la intención de sumarse.
Con estos antecedentes, no es raro que este organismo sea el blanco preferido de quienes detestan el multilateralismo. Sin embargo, esa crítica yerra el foco, porque el multilateralismo no es más que una herramienta para resolver desafíos que requieren coordinación por su naturaleza (como el cambio climático). Es útil en la medida que las instituciones internacionales que se conforman respondan a los intereses de sus Estados miembro y eso es más difícil mientras más hay.
Si la ONU quiere recuperar relevancia, tendrá que reinventarse. Las instituciones son lo que sus partes decidan que sean. De otro modo, un multilateralismo a la carta o minimultilateralismo irá cobrando fuerza. Entidades como el D-10, un club de democracias que propone el Reino Unido para que los países del G-7, más Australia, India y Corea del Sur, aborden temas clave, como las redes 5G y las cadenas de suministros críticas, son el tipo de iniciativas que probablemente veremos de ahora en adelante. Ni muy grandes ni muy pequeñas. Enfocadas en objetivos puntuales y coyunturales.
Juan Pablo Toro
Fuente: El Mercurio
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