El Mercurio, 8 de mayo 2022
Si bien el aspecto marítimo de la agresión militar de Rusia contra Ucrania no había sido destacado mayormente, el hundimiento del crucero ‘Moskva’ o ‘Moscú’ (vaya simbolismo) tras un ataque de las fuerzas de Kiev con misiles antibuques lanzados desde tierra sirvió para levantar este ángulo del mayor conflicto en décadas en Europa y cuyas repercusiones se sentirán mucho más allá. Así que vayan acá unos apuntes en el Mes del Mar.
Algo que está quedando meridianamente claro es que la estabilidad de los distintos espacios marítimos es fundamental para mantener el orden internacional basado en reglas o lo que resta de él, como sostiene el navalista Alessio Patalano. Quién lo diría, pero hoy la atención se concentra en el Mar Negro, donde Rusia bloquea los puertos de exportación de Ucrania; donde Kiev -sin marina tras la anexión de Crimea- ataca con éxito naves de Moscú; y donde Turquía decide cerrar los estrechos que conectan el Mediterráneo al paso de nuevos buques de guerra.
Si hoy se trata del Mar Negro, mañana puede ser el Mar del Sur de China, el Mediterráneo oriental o las aguas que rodean los polos. Comercio, recursos naturales, datos y personas navegan por agua salada, que es por donde realmente fluye la globalización.
Dado que ninguna armada puede controlar todos los mares, incluidas la de Estados Unidos y la de China, que son las más grandes del momento, es claro que las alianzas son más importantes que nunca, especialmente cuando la posibilidad de la guerra entre Estados volvió.
Al final del día, la resiliencia, como se ha visto en Ucrania, es una cuestión de números, donde siempre importa sumar más. Esto puede ser coordinando buques para incrementar rápidamente la presencia en un área disputada, añadiendo poder de fuego en caso de hostilidades o compartiendo inteligencia. Al parecer, Estados Unidos habría confirmado la posición de ‘Moskva’ a los ucranianos, aunque no participó en la decisión de qué hacer con eso.
La posibilidad de una Armada para integrarse rápidamente a una coalición o desagregarse si es necesario depende de su preparación para interoperar con otras marinas, lo cual se logra a través de ejercicios navales, protocolos comunes de actuación, estándares compartidos de equipos y el conocimiento personal entre sus marinos. En medio de la guerra de Ucrania, por primera vez un portaaviones de Estados Unidos quedó bajo mando de la OTAN. Esto rige para marinas grandes y pequeñas: hoy te ayudo a ti y mañana tú a mí. Ahora, eso siempre presupone tener capacidades propias para defenderse por sí mismo y complementar. Si uno no tiene que aportar, ¿para qué sería invitado?
Si bien en los anómalos tiempos pacíficos que vivimos en las últimas tres décadas muchas armadas se concentraron en la vigilancia de los espacios marítimos para la protección de los recursos y las actividades que se realizan ahí (legales e ilegales) o en la entrega de ayuda humanitaria en caso de desastres, la guerra actual recordó que la misión esencial de las marinas es ganar batallas en el mar, incluso aceptando bajas y pérdidas materiales.
Así que los cantos de sirena sobre zonas de paz y la transformación eventual de las marinas en guardias costeras han zozobrado una vez más ante la realidad. Si nos habíamos olvidado de que hace cuarenta años fueron hundidos el ‘ARA Belgrano’ y el ‘HMS Sheffield’ en la guerra de las Malvinas/Falkland, hoy el ‘Moskva’ es un ejemplo reciente de la influencia del mar sobre los asuntos en tierra.
Juan Pablo Toro
Director Ejecutivo AthenaLab
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