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Respuesta a columna de Eduardo Santos sobre el presupuesto militar chileno

16 de octubre de 2023
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Respuesta a columna de Eduardo Santos sobre el presupuesto militar chileno

El Mostrador, 15 de octubre 2023

La realidad nos demuestra que nuestro idealismo no puede ir tan lejos en materias de seguridad exterior. El viejo dilema de lo que anhelamos no puede nublar la triste y porfiada realidad.

Esta semana se ha publicado una columna denominadaUn presupuesto consistente para nuestros servicios armados”, por parte del Sr. Eduardo Santos, en la que reitera una serie de ideas sobre la defensa nacional que merecen ser analizadas.

La primera propuesta que plantea es la relativa a “las recientes soluciones exitosas de nuestras controversias vecinales”, como si producto de ellas existiera asegurada una paz perpetua. La realidad suele ser un poco más compleja. En primer lugar, Chile aún mantiene temas territoriales y marítimos en controversia con más de un país vecino. Adicionalmente, las crisis o conflictos no solo se desencadenan por temas limítrofes, pues el fenómeno “guerra” se da por intereses contrapuestos, mucho más allá que solo lo territorial, en todo lo que pueda afectar el interés nacional.

Luego manifiesta que la acción anterior —la de las “soluciones exitosas de nuestras controversias”— “permitirán compartir los dividendos de una zona de paz sudamericana, que cambia los escenarios para el desarrollo de una Política de Defensa”. En este punto, interesaría que pudiera detallar qué significa dicha zona de paz. ¿Existe? ¿en qué se sustenta para tal afirmación? ¿realmente piensa que ello es compartido por el interés nacional de los países vecinos, así como por sus acciones diplomáticas? El escenario de paz sudamericano al que se refiere ¿incluye la declaración argentina en su política de defensa, de una soberanía compartida en el estrecho de Magallanes y el Mar de Drake, así como las pretensiones en la plataforma continental extendida? Creo que la realidad nos demuestra que nuestro idealismo no puede ir tan lejos en materias de seguridad exterior. El viejo dilema de lo que anhelamos no puede nublar la triste y porfiada realidad.

A continuación, se refiere a  EE.UU, en lo que plantea sería la reedición de una nueva Guerra Fría del Pacífico, “diplomacia de las cañoneras” y una restricción de claves de armamento inteligente de nuestra flota de F-16, definiendo a dicho país como un socio estratégico “no confiable”. Sería interesante que aportara los antecedentes concretos de dicha falta de confiabilidad, ya que la actual agenda bilateral entre Chile y EEUU, en materia de disponibilidad de armamento, entrenamiento mutuo, apoyo logístico, e intercambio en materias doctrinarias, dista mucho de ese calificativo. Nuevamente la realidad indica otra cosa.

Luego, en relación con la política de defensa, confunde capacidades con actitudes estratégicas. Una cosa es tener la capacidad de respuesta militar, elemento consustancial a la disuasión, y otra muy distinta es tener la actitud de iniciar un conflicto a través de un ataque armado, en abierta contradicción a la carta de Naciones Unidas. Es más, nada en la carta afecta el legítimo derecho individual y/o colectivo a la legitima defensa, de cualquier Estado. Y dicha defensa no se sustenta ni en discursos, ni ideas, ni declaraciones, sino en plataformas estratégicas, sistemas de armas y capacidades reales y concretas, junto con la voluntad política de su empleo. Además, qué se podría esperar de la defensa nacional, sino es que tenga la clara convicción que, en caso de requerirse, debe imponerse en un conflicto armado. En dicho ámbito, los segundos lugares no existen.

En lo que si estamos de acuerdo es en discutir los desafíos de la defensa y responder las preguntas que realiza, para construir una defensa y seguridad que con creces va mucho más allá que solo lo vecinal. Además, coincidimos en que la delicada situación financiera nacional afectará al ámbito de la defensa. Lo relevante es pensar y definir en este caso que tendrá prioridad. Si los chilenos queremos vivir en paz, debemos contar y confiar en nuestras propias capacidades de defensa y de seguridad interna, y no en una hipotética y eventual zona de paz sudamericana, que —dicho sea de paso— está muy lejos de cualquier realidad cuando es la zona más violenta del planeta, solo en asesinatos, secuestros, y accionar de organizaciones criminales internacionales. La zona de paz sudamericana aún está a años luz de la realidad en Sudamérica. Y en ella, nuestras FFAA están ya empleadas, en tareas internas, con un costo que se debe evaluar.

No parece lógico comparar presupuestos para la defensa con la incorporación de tecnologías emergentes del siglo XXI, ya que no son binarias ni tampoco constituyen un juego de suma cero. El arte de gobernar involucra preocuparse tanto de la seguridad como del desarrollo, así como del bienestar, en forma holística y complementaria.

Finalmente, termina su intervención concluyendo que “existe la imperiosa necesidad y el espacio para continuar reduciendo nuestro gasto de defensa”, sin haber establecido en el desarrollo de sus argumentos por qué es necesaria tal reducción. La defensa nacional hoy —y desde hace un par de décadas— ha aumentado considerablemente el número de misiones, por decisiones del nivel político, participando no solo en operaciones de paz, sino que desplegándose en “Estados de Excepción Constitucional”, que hoy han pasado a ser de normalidad. Por si fuera poco, están desarrollando nuevas capacidades para enfrentar los riesgos y desastres producto del cambio climático, entre otros factores. Es más: están desplegadas en control de frontera permanentemente.

En consecuencia, la defensa ha aumentado considerablemente el espectro de misiones a cumplir, por mandato y subordinación al nivel político del que dependen, con un ya reducido presupuesto e incluso con menos personal en sus dotaciones. Creo que una medida como la que se plantea sería rechazada mayoritariamente por la ciudadanía, que es la principal beneficiada por el alto prestigio y eficiencia de sus Fuerzas Armadas. Adicionalmente, el error de dicha medida constituiría una medida muy perjudicial no solo para la defensa nacional, sino particularmente para los ciudadanos. Los sesgos y prejuicios no pueden ni deben nublar nuestra capacidad de pensamiento estratégico. El precio a pagar sería demasiado alto y la realidad indica otra cosa.

Se valora por parte del Sr. Santos poner el tema de la defensa en discusión, pero se debería discutir en la forma más seria posible. La política de defensa es una política de Estado por que trasciende los gobiernos de turno y ello no admite errores pues, de producirse, el país pagaría un alto costo.

John Griffiths
Jefe de Estudios de AthenaLab

Fuente: El Mostrador

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