Con el resultado de la elección estadounidense en el en aire a tres semanas del primer martes de noviembre, la llegada a la Casa Blanca de la demócrata Kamala Harris o del republicano Donald Trump es transcendente para Sudamérica, aunque no esté en el tope de las prioridades de Washington.
Respecto de Venezuela, resultó un fracaso el acercamiento de Joe Biden hacia el régimen, que consistía en levantar sanciones económicas para incentivar un comportamiento democrático que jamás existió en la mente de Nicolás Maduro, como se vio en el último fraude electoral. Si Harris realmente quiere hacerse cargo, tendrá que buscar una solución original o encapsular el problema —como se hizo con Cuba—, puesto que la estrategia de presión total que ejerció Trump en el pasado tampoco generó un cambio. Sin embargo, puede que el mismo Maduro cree un escenario más radical si decide dar un zarpazo a la vecina Guyana o si sigue alineando con Rusia e Irán en el plano militar.
Cuando el republicano fue presidente era conocida su sintonía con Jair Bolsonaro, archienemigo del actual mandatario Lula da Silva. Si vuelve a la Casa Blanca es probable un distanciamiento con Brasil. Aunque Harris tampoco lo tiene fácil, puesto que Lula tiene desconcertado a Occidente con su ambigua posición respecto a Ucrania, particularmente a la hora de atribuir responsabilidades sobre el conflicto. Puede que Lula tenga sus razones, puesto que el invasor Rusia es fuente de fertilizantes para la agroindustria local y miembro de los BRICS, pero el Presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, le ha reprochado su conducta, alegando que es una forma de buscar liderazgo a costa de su país. De todas formas, será más fácil para la demócrata intentar una reaproximación con el gobierno petista.
Quien debe estar apostando por el triunfo de Trump es el Presidente argentino, Javier Milei, con quien ha cruzado halagos. El libertario será su interlocutor predilecto en Sudamérica, lo cual le dará a Milei línea directa a Washington y a sus círculos de poder. Harris puede ser más pragmática, continuar con el esfuerzo para volver a atraer a Argentina a la órbita de Occidente, pero sin una retórica vociferante.
Más allá de estos países, existen temas que serán inevitables para uno u otro, como la presencia china en Sudamérica en los campos económico (minerales estratégicos), portuario, espacial, pesquero y cultural. Si recordamos lo ocurrido entre 2017 y 2021, los funcionarios trumpistas podrían cobrarle caro a Perú su “osadía” de admitir la construcción de una terminal marítima china en Chancay. Por otro lado, una eventual Presidenta Harris tendrá que ofrecer algo más que lecciones a una región necesitada de infraestructura para mejorar su conectividad global (algo que los chinos sí entienden bien) y de cooperación en materia de combate a la criminalidad.
Tomando lo último, la correlación cada vez más estrecha entre la criminalidad y migración que se está haciendo en Estados Unidos, podría tener un impacto, dependiendo también de la composición del Congreso y el Senado. Para Trump las tierras de los “bad hombres” que viven al sur de río Grande no debieran tener acceso privilegiado a su país, así que programas como el de visa waiverserán difíciles de mantener. Justamente, el manejo de la inmigración ha sido uno de los flancos más explotados por los republicanos para atacar a la administración Biden, responsabilizando a Harris por el “caos fronterizo”, aunque ella más bien lidiaba con las causas profundas del éxodo que se origina en el Triángulo Norte (Guatemala, El Salvador y Honduras). Dado el contexto político en esta materia son previsibles más restricciones y no apertura.
Cabe preguntarse qué depara esto también para Chile. Es difícil imaginar a Trump buscando un acercamiento con un Gabriel Boric en las postrimerías de su mandato y debido al abismo político existente entre ambos. Tampoco parece lógico que Harris gasté muchas energías con un Presidente que pronto dejará el poder. Para los dos seguirán presentes las preocupaciones por la dependencia económica de Chile con China y falta de mecanismos de escrutinio de las inversiones en sectores estratégicos. También las profundas conexiones entre militares de ambos países mantendrán su rumbo, aunque no pasa desapercibido al giro de los estadounidenses hacia Argentina.
De todas formas, para saber realmente lo que le interesa a Washington de la región hay que seguir al Comando Sur, puesto que su jefe es quien más visita Sudamérica entre los altos funcionarios de Estados Unidos. Los peligros que acechan a las democracias locales por parte de actores extracontinentales que apoyan autocracias (China, Rusia e Irán) y de organizaciones criminales aparecen en el radar. Pero como acaba de anunciar esta semana en Mendoza la general Laura Richardson, próxima a traspasar el cargo, EE.UU. busca “acelerar los procesos para que la seguridad económica sea la seguridad nacional”. Y eso sí es todo un desafío para países que nunca han considerado esa perspectiva, ya sea con Harris o con Trump.
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