Mientras continúan las labores de búsqueda de los tripulantes y pasajeros del vuelo C-130 desaparecido sobre el Mar de Drake, es justo reconocer que quienes iban en el vuelo de la Fuerza Aérea de Chile hacia la Antártica -militares mayormente y tres civiles-, tenían como propósito cumplir distintas tareas que son parte del esfuerzo constante que hace el país para reforzar su presencia en ese continente y que se incrementan en el verano austral.
Como sabe cualquier persona que ha tenido la oportunidad de viajar a nuestras bases antárticas, ya sea por aire o mar, se trata siempre de una travesía arriesgada por las cambiantes condiciones climatológicas y hacia un territorio hostil por naturaleza, al punto que no tenía presencia de seres humanos hasta su descubrimiento en el siglo pasado.
Si bien las labores militares generalmente implicarán un mayor riesgo que las civiles, se puede afirmar que las fuerzas armadas han realizado durante décadas un enorme sacrificio como el instrumento escogido por el Estado chileno para hacer presencia física en las inmediaciones del Polo Sur y reforzar de este modo nuestras reclamaciones sobre un territorio que se sabe es rico en hidrocarburos, minerales y recursos pesqueros.
En respeto al Tratado Antártico (1959), los militares no realizan acciones ni ejercicios que impliquen empleo de armas -que es la esencia de su profesión-. En cambio, se dedican a tareas de soberanía efectiva, de apoyo a misiones científicas, de transporte, señalización, patrullaje y rescates en caso de emergencia. Muchas de estas labores incluso son financiadas directamente por los presupuestos de cada rama de las fuerzas armadas y no como parte de un fondo nacional.
En la presente temporada 2019-2020, el actual gobierno de Sebastián Piñera se encuentra poniendo en marcha de una serie de iniciativas para recuperar presencia en la Antártica tras un par de años de baja actividad y de deterioro de la infraestructura de las bases chilenas, ya sea por incendios o fatiga de materiales.
Fuentes oficiales consultadas por AthenaLab, más información recopilada en la prensa, dan cuenta que se adelantan procesos de estudio y mejoramiento de la infraestructura de las bases bases O’Higgins (Ejército) y Presidente Frei (Fach).
A su vez, la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) se encuentra en proceso de mejoramiento de la pista del aeródromo Teniente Marsh, puerta de entrada a la Antártica, y donde tenía previsto aterrizar el siniestrado C-130.
La Armada ya está realizando en esta época sus patrullas antárticas, que incluyen esta vez al remolcador Lautaro, el patrullero oceánico Fuentealba, el transporte Aquiles y el buque multipropósito Sargento Aldea. Hoy, dos de estas embarcaciones se encuentran en tareas de búsqueda del avión Hércules.
Actualmente, se construye en Asmar Talcahuano un nuevo rompehielos para la Armada de Chile, con una inversión total superior a los 200 millones de dólares y con fecha estimada de entrega para el año 2023. Además, se inició un proceso de reconstrucción de nuevas instalaciones para la Gobernación Marítima de la Antártica en Bahía Fildes, afectada por un incendio el año 2018, y próximamente podría contar con un muelle. Y se trabaja en la mantención y mejoramiento de infraestructura de la base Prat.
El Estado Mayor Conjunto también se encuentra en proceso de renovación de la infraestructura de habitabilidad, carpas y servicios de la Estación Polar Científica Conjunta Glaciar Unión, ubicada en latitud 80° sur y que fue abierta en 2014. El año pasado, se incorporó un carro para despejar nieve en pistas y caminos para la estación.
El Instituto Antártico Chileno (Inach), otra de las entidades estatales clave, ahora realiza estudios para mejorar su base científica Profesor Escudero y la Sub Base Yelcho, mientras reactiva la Base Teniente Carvajal. En cuanto a equipos, está mejorando las capacidades de la lancha científica Karpuj asignada a la Antártica el año 2018.
Por último, en aspectos de legislación nacional, está en proceso de segundo trámite legislativo el nuevo Estatuto Antártico Chileno en el Congreso Nacional.
Competencia geopolítica
En un mundo donde la competencia geopolítica está de regreso, parece cada vez menos posible que el último continente en ser descubierto quede por mucho tiempo más al margen del nuevo juego de poder, a pesar de que la cooperación hoy es la norma, como demuestra el operativo internacional desplegado para la búsqueda del Hércules de la FACh y que hoy incluye medios de países como Argentina, Brasil, Estados Unidos, Israel, Reino Unido y Uruguay.
Es un hecho que las ambiciones antárticas de firmantes y no signatarios del Tratado Antártico han venido descongelándose en los últimos años, al igual que los hielos por el cambio climático. Y esa tendencia ascendente, probablemente, se intensificará más aún en la década 2020-2030.
Por eso es fundamental que Chile proceda con buena disposición diplomática, pero también con realismo y firmeza, cuando se trata de mejorar su posición en la Antártica. En política internacional las buenas intenciones suelen quedar rápidamente sobrepasadas por los hechos consumados.
A pesar del reconocido mérito que ha tenido el acuerdo de 1959 para evitar conflictos entre los numerosos países que mantienen reclamos soberanos sobre el Polo Sur, el debilitamiento del orden mundial basado en reglas, sumado al impacto del calentamiento global, están creando una gran presión en torno a un territorio de enorme potencial.
Si bien las actividades militares siguen vedadas, por ahora, distintos países están realizado esfuerzos constantes para incrementar su presencia a través de bases permanentes o equipos que mejoren sus accesos a regiones inhóspitas.
La delantera, como casi en todo hoy, la lleva China. Dos rompehielos del gigante asiático, el Xue Long I y Xue Long II (este último de construcción endógena), llegaron hace dos semanas hasta la Antártica para reabastecer sus cuatro bases y trasladar expediciones científicas.
En su línea de convertirse en una “potencia polar”, como dijera el presidente Xi Jinping, Beijing ya trabaja en la construcción de una quinta estación en el Mar de Ross que debería estar lista en 2022 y busca la construcción de su pista aérea propia. Según el diario The South China Morning Post, este país también promueve la creación de una Zona Antártica Especialmente Administrada para proteger el medio ambiente alrededor de su base Kunlun, que al estar ubicada en el punto más alto del continente, sirve para la observación astronómica y mejorar el sistema de posicionamiento global chino.
Con tal de profundizar su presencia, Beijing también quiere alcanzar acuerdos con terceros países que tengan cercanía física con la Antártica, como Australia, a través de Tasmania, y Chile, con su posición privilegiada en Punta Arenas.
Otras naciones que están dando pasos en una línea similar son Argentina, Brasil y el Reino Unido.
Este año, el saliente gobierno del presidente Mauricio Macri emitió un decreto que permitirá a la Armada de su país adquirir un buque logístico polar de 125 metros de eslora por un valor de 195 millones de dólares y que apoyará a las labores de abastecimiento que realiza el rompehielos Irizar.
Brasil, a su vez, planea inaugurar en enero las nuevas instalaciones de la base Comandante Ferraz, que hace siete años sufrió un incendio. El Estado brasileño invirtió US$ 100 millones para construir la estación que tiene 4.500 metros cuadrados y puede albergar a 64 personas, según la oficial Agencia Estado.
Por último, el Reino Unido botó este año al mar el nuevo rompehielos RRS Sir David Attenborough, que fue asignado al British Antarctic Survey y que navega bajo bandera de las islas Falkland, puerta de entrada natural británica al Polo por su ubicación en el Atlántico Sur.
Según el Tratado Antártico, los países que tienen reclamaciones territoriales son Argentina, Chile, Australia, Nueva Zelanda, Francia, Reino Unido y Noruega, pero es lógico suponer que si uno de ellos o un tercero decide romper el statu quo y hacer efectivas sus pretensiones, potencias como Estados Unidos, China o Rusia podrían hacer valer lo que consideren sus derechos soberanos.
Los antecedentes sobre los comportamientos recientes de las tres potencias no son muy tranquilizadores. Durante la administración del presidente Donald Trump, Estados Unidos ha venido deshaciendo su compromiso con el multilateralismo político, comercial y militar. Es decir, le importa menos los tratados, pertenecer a organismos internacionales y defender aliados de potenciales agresores. Rusia anexó en 2014 la península de Crimea, que pertenecía a Ucrania. Y China construyó bases sobre islas, arrecifes y bancos de arena, que son disputados por sus vecinos en el Mar del Sur de China, sin importarle un fallo en sentido contrario de la Corte Internacional de Arbitraje de La Haya.
El comandante de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos en el Pacífico, general Charles Q. Brown, advirtió a mediados de año que el Polo Sur “está a solo unos años” de ser testigo de la misma competencia geopolítica que se está presenciando en el Ártico, donde Rusia y China están siendo especialmente activos.
Lecciones del Norte
Quizás es justo desde el Ártico de donde pueden venir lecciones interesantes para Chile, guardando todas las diferencias entre la Antártica y un continente que es un océano congelado, donde varios países tienen control efectivo de sus territorios -aunque subsisten algunas disputas territoriales y marítimas-, que cuenta con pueblos originarios como habitantes y donde se están abriendo importantes rutas comerciales producto del cambio climático.
En el marco de su Estrategia Norte, Canadá ha ido reforzando su presencia desde hace una década con medios, y su posición diplomática con la participación activa en foros internacionales, ya sea a través del Consejo del Ártico o invocando la Convención de los Mares de la ONU.
El gobierno de ese país también anunció en agosto que Guardia Costera iniciará un proceso para dotarse de seis rompehielos para reemplazar su flota. También está mejorando las instalaciones de la base naval de Nanisivik para repostaje de la flota y expansión del tamaño y las capacidades de los rangers canadienses, provenientes principalmente de comunidades indígenas locales que proporcionan presencia militar adelantada en zonas remotas.
Aunque volvemos a resaltar las enormes diferencias entre el Ártico y la Antártica, no se puede dejar de notar también que ambas son zonas inhóspitas, de alto valor geopolítico y que, por lo tanto, necesitan ser abordadas con una perspectiva estratégica de Estado que incluya planes, medios y gente resuelta y dispuesta a materializarla en condiciones adversas.
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