Incluso para quienes lo asocian con sus polémicas actuaciones, la figura de Henry Kissinger tiene una talla intelectual que no puede ser minimizada. Por el contrario, sus libros son imprescindibles para entender el funcionamiento de la política mundial y de ciertos actores en particular. Barry Gewen sostiene que más que un personaje histórico, debe ser considerado un “filósofo de las relaciones internacionales”. Al menos, esa es una de las propuestas que hace este editor de The New York Times Book Review en “The inevitalibility of tragedy: Henry Kissinger and his world”.
Publicada este año, se trata de la biografía intelectual del ex secretario de Estado, que busca explicar su visión del mundo y cómo esta fue moldeada, en gran parte, por su experiencia de refugiado judío-alemán que llegó a Estados Unidos tras huir del nazismo que destruyó su mundo.
La constante preocupación por la fragilidad de la democracia –y la civilización– que marcará el pensamiento y acciones de Kissinger, también se ve alentada por el “sentido trágico” que le atribuye al tenebroso ámbito de las relaciones internacionales, donde la realidad del poder y la incertidumbre obligan que el estadista no se deje llevar por el optimismo y menos aún intentar imponer una visión ideal.
Porque quienes toman las decisiones internacionales, siempre operarán sobre la base de información incompleta. Si esperan tener los todos elementos antes de ejecutar una acción, probablemente será demasiado tarde. Básicamente, en política exterior se debe tratar de evitar el error, más que intentar el acierto. Es la forma de resolver el dilema de intentar hacer lo correcto en un mundo imperfecto. Ahí está en esencia la inevitabilidad de la tragedia.
A diferencia del optimismo que caracteriza a muchos académicos norteamericanos, que promueven principios propios como universales y confían en su aceptación, Kissinger encuentra en la búsqueda del interés nacional un ancla de estabilidad para la política exterior en tiempos inciertos.
Gewen sostiene “que sus argumentos a favor de su tipo de realismo -pensar en términos de interés nacional y equilibrio de poder- ofrecen una posibilidad de racionalidad, coherencia y una perspectiva de largo plazo en un momento en que estas tres cualidades parecen escasear”.
La política exterior no puede estar dictada por la esperanza de que los demás harán lo correcto o por las demostraciones de buena voluntad, sino por el frío calculo de las relaciones de poder y la habilidad para proyectar influencia. Eso es la médula del realismo kissingeriano.
En la construcción de esta biografía intelectual, Gewen describe también las relaciones cercanas que tuvo con Hannah Arendt, Leo Strauss y Hans Morgenthau. Este último fue una gran influencia, pero también un amigo con el cual incluso pudieron manejar las profundas diferencias que tuvieron respecto a la guerra de Vietnam.
Porque efectivamente en libro se exponen las contradicciones en que incurrió Kissinger y en ese sentido resulta muy interesante que el capítulo 1 se dedique a Chile. Para el autor es un caso, sino “el caso”, donde se expuso el potencial de colisión entre las elecciones libres de los países y los imperativos de la seguridad estadounidense.
El autor parte recordando esta frase: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Para Gewen se trata del pronunciamiento más antidemocrático o antiestadounidense que haya hecho un funcionario de ese país. Pero como lo suyo no es juzgar sino entender, lo emplea para ir explicando cómo Kissinger y el gobierno de Nixon llegaron a la convicción de que Salvador Allende terminaría arrasando con la institucionalidad chilena vigente, porque era un obstáculo insalvable para hacer las reformas que instaurarían el régimen socialista que buscaba.
En el fondo, el asesor de seguridad nacional tenía la convicción de que las democracias no tienen los mecanismos internos que garanticen su supervivencia y que las minorías no vayan a ser arrasadas por mayorías fanáticas. De acuerdo con eso, hizo lo que estuvo a su alcance para derrocar a Allende (algo de lo que no se arrepiente, como se sabe gracias a la larga entrevista que el hizo el historiador británico Niall Ferguson para el documental “Kissinger”). Pero también se dio cuenta como muchos en Washington, que salida del poder del presidente socialista solo se iba a dar cuando los propios militares chilenos la decidieran y no antes. Lo que Estados Unidos no podía permitirse era la existencia de “otra Cuba” en el continente, que eso dañaría su posición global en la Guerra Fría.
Se trata de una muy buena revisión de la crisis que llevó al quiebre de la democracia en Chile, con responsables locales y extranjeros, de todos los lados. Probablemente, no todos quedarán conformes. Aquellos que quieren ver algo diabólico en Kissinger siempre pueden recurrir a “Juicio a Kissinger”, de Christopher Hitchens, un libro entretenido y ácido, como casi todo lo que escribía el ensayista británico, pero que busca construir un caso para que procesar por crímenes de guerra al autor de “Diplomacia”.
Con 97 años, Kissinger sigue siendo un referente para líderes y estudiosos de las relaciones internacionales. Angela Merkel, Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping, todos han querido conversar con él. “China” y “Orden Mundial” son libros de referencia, así como su artículo “The Coronavirus Pandemic Will Forever Alter the World Order”, que publicó en abril en The Wall Street Journal. De ahí la pertinencia de esta biografía intelectual elaborada por Gewen, que además está excelentemente escrita.
“The inevitability of tragedy: Henry Kissinger and His World”
Barry Gewen
W.W. Norton & Company
Illustrated. 452 pp.
Disponible en Amazon.com
Juan Pablo Toro V.
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