Poco se habla hoy de la invasión rusa a Ucrania en los medios de prensa nacionales. Es cierto, en Chile tenemos problemas más urgentes a los que poner atención, particularmente en materia de seguridad pública. No obstante, las escasas referencias tienden a describir una suerte de estancamiento o paralización del conflicto, con poco o nulo movimiento en el que ambos beligerantes alcanzarían puntos de agotamiento y, por otro lado, hay referencias a una inminente ofensiva tanto ucraniana como rusa. Al respecto, cabe comentar tres cosas: no existe tal calma, la nueva ofensiva sí será una realidad en el corto plazo y, finalmente, qué esperar de este conflicto.
Primero, sobre el mencionado estancamiento o paralización del conflicto. Si bien es cierto la guerra en Ucrania ha perdido el dinamismo que se observaba el 2022, con aquel movimiento de unidades terrestres mayores que redibujaban el frente de combate —primero las rusas, después las ucranianas—, no es correcto relacionar un frente más o menos estático con la paralización de este. Desde el cuarto trimestre del año pasado, cuando la contraofensiva ucraniana perdió el ímpetu y los rusos lograron con bastante dificultad estabilizar su defensiva llegando a sacrificar su posición en Kherson, el frente de batalla no se ha modificado de manera significativa. No obstante, dicha situación está muy lejos de ser descrita como “paralizada o estática”. Las cifras de bajas se elevan considerablemente en la medida que pasan los días, tanto o más que en los primeros meses de la guerra. El frente de combate se desarrolla en más de 2.000 kilómetros los que, con distinta intensidad, dan muestras permanentes de actividad en toda su extensión.
Hoy, los principales enfrentamientos se concentran en sectores como Kupyansk-Svatore-Kreminna, en la línea Aviivka-Ciudad de Donetsk, en Zaporizhia y, más notablemente, en la ciudad de Bakhmut.[1] Esta última ha concentrado la atención internacional debido a que, sin ser un punto de valor estratégico mayor, se ha convertido en símbolo de la resistencia y tenacidad ucraniana y, paralelamente, de la posibilidad rusa de demostrar una victoria mayor a su población. Lo anterior, no significa que el resto de las zonas estén en pausa, sólo da cuenta de la realidad de que en la guerra ningún oponente es lo suficientemente fuerte para estar en todos lados. Del mismo modo, los ataques rusos con misiles y drones a la infraestructura crítica de Ucrania, si bien han disminuido comparativamente a los meses de enero y febrero pasado, siguen siendo representaciones permanentes en la conflagración.
Segundo, la esperada ofensiva. Ambos bandos se han estado preparando para iniciar acciones ofensivas, pues es la única actitud estratégica que permite obtener la iniciativa y lleva directamente a la victoria militar. Por el lado ruso, a estas alturas existen fundadas razones para dudar de su real efectividad, considerando lo mermado de sus fuerzas, la incapacidad demostrada de conformar unidades con alto valor de combate, lo obsoleto de su equipamiento disponible y, sobre todo, lo deteriorado de la moral del contingente desplegado. No obstante, las acciones que llevan ejecutando en la mayor parte del frente desde inicios del 2023, se estima han sido para mantener presión sobre las fuerzas de Kiev, dificultando su reorganización, o para testear las diferentes posiciones defensivas con la intensión de determinar puntos débiles sobre los cuales atacar con mayor poder, lo que se encuadra en la doctrina de combate de Moscú.
Por otro lado, las fuerzas ucranianas se han estado preparando —no sin dificultades importantes— para una nueva etapa en la guerra. Sus fuerzas también han sufrido bajas sustanciales, especialmente de sus soldados veteranos mejor entrenados, pero su sobresaliente capacidad de generar nuevas unidades con capacidad de combatir ha sido demostrada reiteradamente los últimos trece meses. A diferencia de su oponente, los ucranianos cuentan con mayor moral (tanto el pueblo, el gobierno y las fuerzas armadas), han recibido armamento más moderno (al parecer ya han ingresado los primeros tanques occidentales en territorio ucraniano), han sido capaces de integrar dichas tecnologías adecuadamente (radares, HIMARS, Stinger, Javelin, etc.) y también han dado ejemplo de flexibilidad y adaptabilidad en el diseño y ejecución de las operaciones. Es sinónimo de éxito, por supuesto que no, pues se enfrentan a fuerzas rusas numerosas, con grandes reservas.
Considerando el cambio de las condiciones meteorológicas en el territorio de Ucrania, la generación de capacidades operacionales en ambos beligerantes y la presión política sobre las fuerzas militares de los dos países por obtener éxitos en el campo de batalla, todo lleva a concluir en que la nueva etapa en la guerra debería producirse a partir de mediados de abril. Esto da la extensión suficiente para contar con el tiempo para alcanzar y consolidar los objetivos operacionales, beneficiándose de las mejores circunstancias que ofrece la primavera boreal y la llegada inminente del verano del hemisferio norte.
Tercero, el futuro del conflicto. Si bien resulta imposible determinar lo que sucederá en la guerra, tal como ha sido planteado anteriormente por Athenalab (Documento de Trabajo Nº21 “A un año de la invasión de Rusia a Ucrania”[2]), el futuro del conflicto dependerá de tres factores. Factor “moral”, donde los ucranianos se presentan con mayor fortaleza por defender su patria; el tiempo, factor que correría a favor de Rusia por tener mayores reservas de material y de hombres por movilizar para la lucha; y el apoyo exterior de Occidente a Ucrania.
Respecto de este último, la ayuda militar occidental ha sido determinante para mantener el esfuerzo bélico de Kiev. Hoy sus fuerzas demandan fundamental y dramáticamente munición de artillería (misiles, cohetes y obuses), reponer sistemas antiaéreos, nuevos vehículos blindados (infantería y tanques) y aeronaves de combate capaces de desafiar el poder aéreo ruso (ya sea de origen ruso o, especialmente, occidentales). Todo lo anterior, en el menor tiempo posible, para evitar la movilización total rusa y el incierto pero plausible apoyo militar que eventualmente China podría otorgar al régimen de Putin.
El destino de la guerra y de quien saldrá victorioso está abierto e incierto. Es muy difícil que alguno de los dos Estados gane en términos absolutos, por lo que, quizás, se deberá evaluar quién perderá más y quién perderá menos y habrá que revisar una vez más el cumplimiento de los objetivos políticos de cada cual para obtener conclusiones. Muchos factores, poca claridad. Como siempre la niebla de la guerra cubre la posibilidad de apreciar con relativa certeza los acontecimientos.
Marcelo Masalleras Viola, investigador de Athenalab
11 de abril de 2023
[1] Ver: https://www.understandingwar.org
[2] Ver: http://www.athenalab.org/wp-content/uploads/2023/02/doc_21_guerra-final.pdf
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