En “Chile tomado” Iván Poduje (Santiago, 55 años), nos presenta un diagnóstico sin concesiones sobre la degradación experimentada por el país debido a cuatro crisis, que más que sumarse parecen haber actuado multiplicándose entre sí: La crisis migratoria; el estallido social; la pandemia; el alza de la criminalidad. Una crisis a la cuarta potencia, si se quiere, a la cual es difícil hallarle el sentido de oportunidad, evitando así el lugar el común, se entiende.
Entre los muchos méritos de este libro, se encuentra el testimonio del autor que surge de recorridos en terreno, desde las tomas del norte hasta los deteriorados centros de nuestras ciudades. Ante el sobrediagnóstico académico, necesario, pero también a veces también indulgente, aparece aquí la decisión valiente de retratar in situ el repliegue del estado, lo que permite intuir que no parece tener nada de espontáneo.
Gracias a herramientas de georreferenciación en manos de la consultora atisba, son evidentes los cruces entre el microtráfico de drogas, tomas de terreno, hostigamientos a cuarteles de policía y ataques a infraestructura productiva. En cierta medida, es una muy buena continuación de “Siete Kabezas: Crónica urbana del estallido social” (2020), también publicado por Uqbar.
De este modo, por primera vez se nos ofrece un panorama sobre la distribución espacial de la violencia, identificando sus tendencias expansivas y adaptativas. Al igual que en la naturaleza, acá no hay vacío de poder posible cuando el Estado retrocede y cede terreno a las organizaciones criminales. Los mapas presentados son elocuentes.
Ahora bien, la interrogante que atraviesa el libro es ¿cómo llegamos a esto? Y la respuesta apunta a la “autosegregación”. Las élites que viven en burbujas de tranquilidad rara vez tuvieron noción de lo que estaba ocurriendo en las periferias. Simplemente, reforzaron de forma gradual sus mecanismos de defensa con alarmas, cámaras y guardias. No obstante, algo similar ocurrió en las poblaciones, claro que con rejas y alambres de púas. La doble estratificación de las megaciudades, con sus enclaves y guetos, arroja el mismo resultado: todos terminamos encerrados.
El problema es que el acceso desigual a la seguridad, magnificado por la estratificación intraurbana, es en esencia poco democrático y pone en tela de juicio uno de los roles esenciales del estado, que es garantizar la integridad de las personas y de la propiedad, que duda cabe que la, entonces, inseguridad tiene un profundo efecto en cadena en los movimientos e interacciones diarios de las personas.
Cuando Poduje habla de una crisis de seguridad nacional, y no de seguridad pública, apunta a que las instituciones a cargo de la última se habrían visto sobrepasadas, lo cual se evidencia con el despliegue de militares en el norte y en el sur para asistir a las policías; vaya paradoja para este gobierno y lección para sus líderes, que apostaron por la demolición de la credibilidad de las fuerzas del orden y seguridad como uno de los caminos para acceder al poder.
A pesar de todo, es cierto que chile sigue presentando una de las tasas de criminalidad menores de américa latina, una región sumamente violenta que aporta el 30% de los homicidios del mundo con solo el 8% de la población global. Y por lo mismo, no sirve de mucho compararse mucho con el barrio y es mejor centrarse en nuestra propia evolución en el tiempo y en las capacidades que aún nos quedan para corregir el curso.
En tal sentido, Poduje está en lo correcto cuando propone la elaboración de una estrategia de seguridad nacional —a la par de una de integración social—, que debería ser implementada por una nueva arquitectura de seguridad del Estado que permita realizar inteligencia de verdad, emplear nuevas tecnologías de vigilancia de forma eficiente y articular de manera permanente la cooperación interagencial.
Se trata de un ejercicio, eso sí, que requiere tanto conocimiento sobre la materia como de un liderazgo político certero —punto mencionado por el autor— y de un consenso social que permita priorizar los delitos que se van a combatir, identificar los costos que se pagarán por lo mismo y evitar las soluciones simplistas de mano dura, tan propias del populismo. Lamentablemente, los liderazgos y consensos son difíciles de ver estos días.
Lo positivo, es que gracias a “Chile Tomado” de Iván Poduje, quienes asuman la tarea de recuperar el espacio perdido por un estado desorganizado frente a un crimen organizado cuentan con un panorama situacional único, una herramienta útil e indispensable que les indica claramente las áreas rojas donde se deben focalizar los esfuerzos. En su reducción se medirá el éxito alcanzado, en su expansión el fracaso… nuestro fracaso como país.
Juan Pablo Toro, director ejecutivo de AthenaLab
Presentación del libro “Chile tomado”, realizada el 13 de octubre de 2023
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