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ANÁLISIS | La “decapitación” como táctica contra terroristas y carteles

31 de julio de 2024
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ANÁLISIS | La “decapitación” como táctica contra terroristas y carteles

Las milicias de Hamás y Hezbollah acaban de recibir dos certeros golpes contra sus liderazgos con diferencia de horas. Mientras el líder del grupo palestino Ismail Haniyeh fue asesinado en un ataque con bomba en una residencia en Teherán, en otra explosión moría en Beirut un jefe militar de rango de la organización libanesa, Fuad Shukr. Aunque nadie se ha atribuido la responsabilidad del primer hecho, las fuerzas israelíes sí se adjudicaron la ejecución de Shukr, uno de sus más enconados enemigos.

En el mundo de la seguridad, la táctica destruir o inmovilizar a organizaciones eliminando su liderazgo es lo que se conoce como “decapitación”. Su empleo es frecuente para atacar a terroristas, guerrillas y bandas del crimen organizado. Desde el narcotraficante colombiano Pablo Escobar hasta el jefe de Al Qaeda, Osama Bin Laden, sirven de ejemplos.

Aunque la práctica no es nueva, el empleo de drones con misiles de precisión, que incluso no ocupan explosivos contra sus blancos, ha permitido que se perfeccione, si bien su eficacia en el largo plazo sea debatible. No siempre la pérdida definitiva de un líder significa el desmoronamiento del grupo y, a veces, la captura, de ser posible, es más útil que la muerte por la información que se puede obtener de los planes y subordinados. También siempre está el riesgo de la fragmentación de la organización que haga más difícil su combate, lo que suele ocurrir con los carteles de la droga al prescindir de sus jefes.

De hecho, el fundador de Hamás, el jeque Ahmed Yassin, fue asesinado en Gaza en 2004 en un ataque de un helicóptero israelí y la organización prosigue. Pero la eliminación de los líderes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), como “Raúl Reyes”, “El Mono Jojoy” y “Alfonso Cano”, sí fue un factor importante —aunque no el único— que condujo a la guerrilla a la negociación de paz que supuso su final pactado.

La investigadora estadounidense Jenna Jordan, una de las personas que probablemente más ha explorado el tema, establece en “Leadership Decapitation: Strategic Targeting of Terrorist Organizations”, que si bien como táctica es una opción válida para atacar a grupos que representan serias amenazas para la seguridad, la efectividad depende mucho de las condiciones particulares de la organización en la cual se inserta el liderazgo que es eliminado.

Jordan sostiene que lo principal es que quienes toman la decisión de ejecutar a un cabecilla deben estar conscientes de los efectos que provocará en esa acción, ya que muchas veces la muerte de jefes terroristas solo alimenta la radicalización y deriva en un aumento consecuente de la violencia generalizada. Por eso es clave tener en cuenta cuán estructurada es la organización, puesto que en sus jerarquías, tamaño, antigüedad, códigos de conducta y acceso a recursos se hallan los pilares de la resiliencia. Una fuerte ideología política o religiosa, ligada a causas que sobreviven a las personas, también es un factor de cohesión importante.

Tras estudiar más de 1.200 casos de liderazgos atacados entre 1970 y 2016, la investigadora llegó a la conclusión de que: 1) Mientras más longevas sean organizaciones, existe una mayor probabilidad de sobrevivir a la muerte de un líder importante e incluso puede ser contraproducente si le da motivos para seguir existiendo al forzar su renovación; 2) Organizaciones mayores a 500 miembros tienden a continuar en ausencia de un jefe, no así las menores a 100; 3) Las organizaciones separatistas y religiosas son más difíciles de desarticular al arrebatarles las cúpulas en comparación con los grupos políticos.

En tal sentido, los efectos esperables que tendrá la “decapitación” de los liderazgos de Hamás y Hezbollah no serán el desmoronamiento de estas milicias, sino más bien una baja temporal de la violencia mientras preparan sus represalias en contra de Israel desde el frente de Gaza y sur del Líbano. Aunque en el caso de la Franja, por enmarcarse en una operación militar mayor, las consecuencias podrían amplificarse. De lo que no cabe duda, es del claro mensaje del Estado hebreo a sus enemigos: nadie está seguro si decide atacarnos. Los refugios simplemente no existen. Tal como demostró con jerarcas nazis fugados y los miembros de Septiembre Negro que participaron en la masacre de Munich.

En particular, la muerte de Haniyeh resulta altamente significativa, ya que Hamás acusa a las fuerzas israelíes por su autoría. Esto tiene sentido, porque el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu se propuso destruir la organización tras la incursión militar terrorista de octubre de 2023 que dejó 1.200 muertos y más de 200 secuestrados, además de que ocurrió en Teherán, la capital de Irán, país que lanzó un fallido ataque con misiles y drones contra Israel en abril pasado y que actúa como el auspiciador de toda clase de milicias y rebeldes en Medio Oriente. Para la Inteligencia israelí, muy cuestionada por no prevenir el ataque del año pasado, serviría para demostrar su recuperación tras el grave fallo.

Todo lo anterior, permite concluir que la “decapitación” como táctica seguirá siendo empleada contra terroristas y carteles como una de las herramientas de ataque por su alto impacto inmediato, pero no como “la” herramienta principal para desarticular organizaciones que ponen en riesgo la seguridad nacional, regional o global.  Hacer que los cabecillas estén más preocupados de esconderse que de planear nuevos golpes es parte del objetivo, puesto que interrumpe los procesos de toma de decisiones. Esto es válido desde Sinaloa hasta Gaza. Cuando se combaten organizaciones peligrosas se precisa ir por alto o, al menos, considerarlo como opción.

Juan Pablo Toro, director ejecutivo de AthenaLab

31 de julio de 2024

Foto: France Presse

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