En estos días en que el “USS George Washington” realiza ejercicios con la Armada de Chile en su tránsito hacia Japón, resulta pertinente preguntarse sobre el futuro del gran portaaviones de propulsión nuclear, considerado el buque de guerra de superficie más poderoso de toda la historia naval, porque concentra una gran cantidad de capacidades en una sola embarcación: poder de fuego representado por cazabombarderos, radares de largo alcance y un sin número de sensores que conviven dentro de una verdadera ciudad flotante de hasta 5.000 personas.
Cuando este tipo de buque encuentra las condiciones óptimas para operar, esa concentración de poder lo convierte en un medio eficiente y flexible, tanto para disuadir a los adversarios como para castigar a los enemigos. Tal como se pudo observar en el reciente conflicto entre Israel y Hamás en Gaza, donde para evitar un desborde regional mayor, dos portaaviones con sus respectivos grupos de batalla fueron desplegados en la zona. La medida sirvió para contener directamente a Irán y lanzar ataques de los cazabombarderos F-18 contra los rebeldes hutíes, que desde las costas de Yemen hostigan el tráfico marítimo en el Mar Rojo.
Se pueden identificar, a lo menos, seis tareas clave para esta embarcación: actuar como los ojos de la flota gracias a sus aviones de exploración aeromarítima embarcados; causar disrupciones en las líneas enemigas con golpes rápidos y certeros de los cazabombarderos; servir de buque capital en batallas decisivas; ser un vector de ataque nuclear con sus aviones; ejercer de pieza clave en el juego geopolítico; y, por último, prestar pistas de aterrizaje móviles[1].
Con más de 100 años de existencia, el empleo de los portaaviones se volvió común tras la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que destacaron en la batalla de Taranto (1940) y el ataque a Pearl Harbor (1941). Aunque fue principalmente en el teatro del Pacífico donde resultaron clave para subsanar la “tiranía de la distancia”, extendiendo la poca autonomía de vuelo de los aviones de ataque y la ausencia de aeródromos.
Tras la jubilación de los grandes acorazados con el hundimiento del “Yamato” en las costas de Okinawa, todo país que quiso ser considerado una potencia naval se proveyó de estas unidades, conscientes tanto de sus enormes costos de construcción/mantención, como de sus vulnerabilidades.
Si en la guerra de las Falkland/Malvinas (1982) su empleo fue decisivo para los británicos, en otros conflictos posteriores han servido básicamente para atacar blancos en tierra sin mayor oposición, como en la ex Yugoslavia, Afganistán, Irak y Siria.
Sin embargo, las mejoras en los torpedos y el advenimiento de los misiles hipersónicos han puesto en duda sus posibilidades de supervivencia en una guerra abierta en el mar. No en vano, los misiles balísticos supersónicos chinos DF-21 y DF-26, con alcances de entre 1.000 y 5.000 kilómetros, han sido apodados “asesinos de portaaviones” (“carrier killers”), alimentando aún más las aprehensiones.
Si un buque de este tipo fuese hundido, todas sus impresionantes capacidades se perderían al mismo tiempo. Miles de vidas y equipos avaluados en más de 13.000 millones de dólares (costo individual de la nave sin los cazas y helicópteros embarcados) se irán al fondo del mar. El costo político-militar sería enorme para cualquier país y sola la idea de su eventual reemplazo quedaría en entredicho de inmediato.
En el reciente libro “Questioning the Carrier: Opportunities in Fleet Design for the U.S. Navy”, el oficial activo Jeff Vandenengel abogó por superar la idea de una flota diseñada en torno a los portaaviones y asumir el concepto de “letalidad distribuida”, donde cualquier plataforma de superficie, independiente de su tamaño, podría cargar los mismos sistemas de armas ofensivas, ya sean cruceros, destructores, fragatas o buques anfibios.
Si la doctrina de guerra de mar estadounidense parte por “golpear primero” (strike first) y los portaaviones ya no estarían en condiciones de hacerlo, porque al aumentar el alcance de las armas enemigas sus aviones ven limitadas las operaciones —sostiene el autor—, lo lógico es que la marina se suba a la “Era del misil” y donde el submarino de propulsión nuclear tendrá un rol protagónico.
No cabe duda de que la propuesta es tan valiente como polémica para una marina que ha hecho del portaaviones un sinónimo de su poderío y por el hecho de que países como China (3), Italia (2), India (2), Reino Unido (2) Francia (1), Rusia (1) y España (1) siguen apostando por estas grandes embarcaciones como importantes indicadores de fuerza y ambición nacional[2]. En la región latinoamericana, solo Argentina y Brasil llegaron a contar con estas unidades en el pasado, pero hoy no existen ni recursos para volver a tenerlos ni interés en ellos[3].
Un reporte de la Oficina de Presupuesto del Congreso de Estados Unidos, que actúa como unidad análisis no partidista, llegó a sugerir que se debe detenerse la construcción de los portaaviones de la clase Ford —la más moderna y de los cuales ya se fábrica el cuarto—, como medida para reducir el déficit fiscal[4].
Con sus fortalezas y vulnerabilidades, estos buques siguen siendo el medio indiscutible para proyectar hoy poder a tierra en forma racional durante crisis limitadas, ya que su sola presencia consigue el efecto político de disuadir a los adversarios, sin tener que incursionar en el ataque directo. En el caso de los portaaviones clase Nimitz, como el “USS George Washington”, el contundente mensaje que envían más de 92.000 toneladas de diplomacia es insustituible.
Por lo demás, conviene considerar que antes de golpear a estos leviatanes de acero es necesario penetrar múltiples capaz defensivas que se en encuentran en el espacio, en el aire, en la superficie y, por supuesto, bajo de ella, gracias a su respectivo grupo de batalla. Además, la Armada de Estados Unidos viene mejorando significativamente su capacidad de interceptación con el desarrollo de los misiles SM-6. Incluso, las fuerzas ucranianas afirman que en el contexto de la actual guerra han derribado cohetes hipersónicos rusos, lo que se consideraba imposible.
Un informe de la Corporación RAND advirtió de que si bien estas naves son vulnerables, lo son mucho más aún las bases aéreas en tierra: “Los portaaviones pueden moverse, contar con apoyo defensivo de escoltas; pueden reaprovisionarse rápidamente”[5].
Pero también vale la pena considerar que cada vez más los buques de proyección anfibia —como los clase Wasp de 43.000 toneladas— pueden ser empleados como portaaviones más pequeños y versátiles[6], redistribuyendo así el poder de fuego embarcado y multiplicando los grupos de batalla desde 11 a muchos más, aunque eso suponga una presión adicional para contar con más navíos de escolta —quizás ahí se presente una oportunidad para marinas amigas de Estados Unidos, como la de Chile—. Es lo que hizo Japón al modificar los portahelicópteros clase Izumo de 27.000 toneladas y transformarlos en portaaviones aptos para cazas F-35B de despegue vertical. En cierta medida, Vandenengel también respalda la idea.
Un paso más allá, el navalista James Holmes aseguró que en tiempos de la inteligencia artificial y de los vehículos no tripulados cada buque podría convertirse en una especie de “portaaviones”, con más o menos capacidades. No obstante, aclara que los drones será más bien un complemento, y no un reemplazo del poder naval embarcado. Lo importante, es siempre distribuir mejor la letalidad de la flota[7].
Hasta el momento, todo parece indicar que los portaaviones seguirán siendo un componente central de las flotas estadounidenses en las próximas décadas, puesto que la operación de la clase Ford está prevista hasta más allá de 2060, ya que se les asigna una vida útil de 50 años. Pero quien en el fondo determinará su vigencia u obsolescencia no serán tanto los almirantes ni los líderes políticos, sino las tecnologías que arrojen las mejores alternativas para cumplir las tareas de combate de forma efectiva y las misiones en tiempos de paz. Como se pudo comprobar en Ucrania, mucha de las armas que se habían dado por obsoletas producen un enorme efecto cuando son bien empleadas y combinadas con los últimos avances. Los portaviones clase Nimitz y Ford pueden albergar desde los viejos y confiables F-18 hasta los modernos F-35C y drones de reaprovisionamiento en vuelo MQ-25 Stingray, estos últimos clave para extender el alcance de los aviones y permitir a estos buques operar más lejos de los misiles enemigos.
Con todo, resulta probable que los portaaviones se empleen cada vez más en operaciones para defender el orden internacional marítimo basado en reglas, atacar a estados no muy fuertes (como Afganistán y Siria) o actores no estatales (rebeldes hutíes) o transmitir apoyo diplomático (dos F-18 del “George Washington” sobrevolaron Guyana ante el acoso de Venezuela), y no en un combate naval abierto. Su sola presencia seguirá siendo tan disuasiva como intimidante, como lo perciben los vecinos de China[8]. Incluso no sería extraño que Beijing —que aspira a contar con seis—, terminara empleándolos al igual que Estados Unidos en un ‘rol policial ampliado´ en los mares del Indo-Pacífico, ya que no los necesitaría para eventualmente golpear a Taiwán, que se ubica en promedio a solo 150 kilómetros de distancia.
Después de todo, quizás la mejor forma de cerrar este debate que lleva décadas y seguir interesados en el imponente poderío de los portaaviones, sea recordar una escena de la película “Top Gun: Maverick”, cuando el capitán Pete Mitchell (Tom Cruise) es reprendido por el contraalmirante Chester Haim (Ed Harris), quien le anuncia el inminente reemplazo de los pilotos de combate embarcados por drones de ataque, los que “no necesitan dormir ni desafían las órdenes”:
—Contraalmirante Haim: El final es inevitable ‘Maverick’. Su especie está en extinción.
—“Maverick”: Tal vez señor, pero no hoy.
Juan Pablo Toro, director ejecutivo de AthenaLab*
11 de junio de 2024
*J.P. Toro ha estado a bordo de los portaaviones CVN-68 Nimitz, CVN-70 Carl Vinson, CVN-73 George Washington, LHA-6 America y el HMS Prince of Wales.
[1] Universidad de Navarra (22/11/2023). “Understanding the evolving role of the aircraft carrier”, Gonzalo Vázquez. Disponible en: https://www.unav.edu/en/web/global-affairs/understanding-the-evolving-role-of-the-aircraft-carrier
[2] Speller,I (2014). Understanding naval warfare. Routledge: New York. P.154.
[3] Portal Naval (23/02/2024). “Um novo porta-aviões para a Marinha do Brasil?”, Alexandre Galante. Disponible en: https://www.naval.com.br/blog/2024/02/23/um-novo-porta-avioes-para-a-marinha-do-brasil/
[4] Congressional Budget Office (07/12/2022). “Stop Building Ford Class Aircraft Carriers”. Disponible en: https://www.cbo.gov/budget-options/58659
[5] RAND (2017), Future Aircraft Carrier Options, por Bradley Martin, Michael McMahon, p. Xviii. Disponible en: https://www.rand.org/pubs/research_reports/RR2006.html
[6] RAND, op. cit. p.30.
[7] Holmes, J. (2024). «The U.S. Navy Should Make Every Warship Into an ‘Aircraft Carrier’”, The National Interest. Disponible en : https://nationalinterest.org/blog/buzz/us-navy-should-make-every-warship-aircraft-carrier-210357
[8] South China Morning Post (03/06/2024). “China’s new aircraft carrier pushes India, Japan, South Korea to upgrade: ‘source of anxiety”, Junaid Kathju. Disponible en https://www.scmp.com/week-asia/politics/article/3264962/chinas-new-aircraft-carrier-pushes-india-japan-south-korea-boost-naval-capabilities-source-anxiety
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