En las costas de Chile, una flota de 19 buques se reunirá el próximo mes en el marco de la Operación Unitas, el ejercicio naval más grande de la región americana, que se creó hace 65 años para mejorar la defensa hemisférica ante la incursión de submarinos soviéticos. Una realidad que ahora puede sonar algo distante, pero tampoco tanto, ya que si bien la historia no se repite, al menos rima.
A mediados de junio pasado, un sumergible de propulsión nuclear de Rusia y otras naves de ese país recalaron en Cuba. Aunque la Armada rusa no es ni la sombra de la soviética, que sí era una fuerza global capaz de causar muchos dolores de cabeza a las marinas occidentales, hoy vemos a los regímenes autoritarios de Moscú y La Habana tan alineados como en 1962 y con intenciones de incomodar en el continente.
Por más que digan que se trata de visitas rutinarias en aras de la diplomacia naval, resulta muy inusual que, con diferencia de seis semanas, una segunda flotilla de Moscú volviera a cruzar el Atlántico para hacerse presente en el Caribe a fines de julio. En el fondo, se trata de naves de guerra de un país que invade a otras naciones —como vimos en Ucrania— y que apoya a socios disruptivos —desde Corea del Norte a Venezuela.
Teniendo como marco el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y experiencias previas de trabajo combinado entre la marina estadounidense y armadas latinoamericanas en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la Guerra de Corea (1950-1953), el espíritu original de la Operación Unitas parece haber recobrado nuevos bríos, en la medida de que la presencia de peligrosas fuerzas extracontinentales se vuelve de nuevo un hecho recurrente.
En 2023, dos buques de la Armada iraní, que realizaban una circunnavegación, cruzaron el estrecho de Magallanes y visitaron Brasil. Al concluir la gira, un almirante persa anunció que el próximo paso sería construir una base en la Antártica.
Para quienes llaman a no exagerar el punto, ya que este mismo año naves de las armadas de Italia y Francia —este último país residente de Sudamérica y el Caribe— recorrieron las costas americanas; sin embargo, cuando se lidia con las marinas de Moscú y Teherán es importante recalcar que estamos frente países que tampoco respetan la libertad de navegación, un valor absoluto que cuando es jaqueado en un lugar afecta a todo el conjunto.
Con su actuar directo o indirecto (apoyo de Teherán a los rebeldes hutíes e intentos de bloqueo de la costa ucraniana), estas naciones han creado graves disrupciones sobre importantes rutas comerciales en el mar Rojo y mar Negro. Por eso, su presencia no debe ser considerada inocua ni estéril. Cuba y Venezuela parecen entenderlo mejor.
Cuando se creó Unitas, lo primero fue ensayar patrullas de búsqueda de submarinos, pero luego, con la desaparición de la Unión Soviética, el ejercicio comenzó a ampliarse al campo de la seguridad marítima para incluir maniobras de interdicción ante amenazas como la piratería, el narcotráfico y la pesca ilegal, con mucho control de tráfico y recuperación de naves capturadas. También la entrega de ayuda humanitaria empezó a ocupar un rol importante.
Si aceptamos como cierta la tesis del historiador británico Niall Ferguson, en cuanto a que nos encontramos en una Guerra Fría 2.0, donde el rival estratégico para Estados Unidos y sus socios es China seguido de Rusia y otros miembros del eje del desorden (Irán, Corea del Norte, Venezuela), puede cobrar sentido reforzar la defensa hemisférica en los mares circundantes.
Por lo mismo, la Operación Unitas se divide en tres fases del Atlántico, Pacífico y Caribe. Y aunque se olvide, el TIAR, como marco geográfico, incluye en el área de seguridad a la “Antártica americana”, territorio comprendido entre los meridianos 24° y 90° oeste; otra zona más donde la competencia estratégica se manifiesta con fuerza creciente.
En estos tiempos de alta incertidumbre, la estabilidad de los teatros marítimos grandes, medianos y pequeños es más importante que nunca para el sistema internacional; en particular, cuando este se apoya en una economía que circula sobre y bajo el agua salada (carga, datos, energía y recursos biológicos).
Algo que Estados Unidos ha entendido al promover que la gran mayoría de los países de la región sean los anfitriones y organizadores del ejercicio, a diferencia de antaño donde, a veces, la marina estadounidense optaba por participar con cada uno de los países por separado.
En el caso de Chile, su prosperidad depende de un entorno seguro en el Indo-Pacífico —destino mayoritario de sus exportaciones—, ya cualquier conflicto ahí tendrá un carácter marítimo por más lejano que sea y lo que, a su vez, demanda desarrollar habilidades propias de la guerra naval en la superficie, aire y fondo marino. De ahí, se explica también la necesidad ineludible de disponer de fragatas capaces de actuar por sí solas —ojalá construidas en suelo nacional—, pero también insertas en fuerzas de tareas internacionales, como la que recorrerá las costas del país. El solo hecho de interoperar, además, tiene otro efecto positivo indirecto, al ayudar a limar asperezas históricas entre las marinas invitadas (se verán naves argentinas y británicas navegando juntas, algo que no sucedía hace décadas).
Por lo tanto, si la esencia de la Operación Unitas parece haber recobrado sentido estratégico amplio, la presencia inminente de buques, aeronaves y marinos de Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, México, Perú y Reino Unido, solo puede traducirse en mejor y más seguridad para nuestra principal interfaz con el complicado mundo de hoy. De eso, y algo más, tratan los ejercicios navales como este.
Juan Pablo Toro, director ejecutivo de AthenaLab
6 de agosto de 2024
Foto: Unitas 2019 (Armada de Chile)
Temas relevantes
EstrategiaNo te pierdas ninguna actualización
Suscríbete a nuestro newsletter de forma gratuita para mantenerte informado de nuestros lanzamientos y actividades.
Suscribirse