Las noticias que llegan desde Europa se suman a medida que pasan los días, pero, en ningún caso, dan algún nivel de tranquilidad. La acumulación de fuerzas rusas en la frontera con Ucrania, así como las ya instaladas en territorio bielorruso, siguen siendo una amenaza directa.
En contraposición, los países de occidente han endurecido progresivamente el discurso y dado evidentes muestras de apoyo a Kiev a través de visitas de jefes de estado o del envío de armas. No obstante, se ha descartado la participación de terceros estados ante una potencial invasión rusa. En ese sentido, el Presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha llamado a la calma, tanto a sus conciudadanos como a los líderes de las principales potencias involucradas, sin dejar de continuar con los preparativos para una eventual ofensiva militar rusa en su territorio.
La situación, es compleja: Ucrania, Rusia, Europa y EE.UU. miran y defienden sus acciones desde distintas perspectivas, todas racionales y justificadas según cada cuál, pero interpretadas de manera diferente por sus contrapartes.
Las distintas posiciones en conflicto
Ucrania, sin dudas el Estado mas comprometido y afectado por la crisis, se observa como un país amenazado y, por qué no decirlo, desprotegido. Si bien tiene raíces históricas compartidas con Rusia, su consolidación como Estado independiente en 1991 le da la posibilidad de optar por distintas alternativas para asegurar su supervivencia, incluyendo la OTAN. Cabe recordar que, en 1994, con posterioridad a la desintegración de la Unión Soviética, Ucrania accedió a ceder a Rusia todo el arsenal nuclear que existía en sus fronteras, con el compromiso que en el futuro se respetara su independencia, soberanía y las fronteras existentes, en lo que se conoce como el Memorándum de Budapest. En dicho documento, aparecen como firmantes Rusia, EEUU y el Reino Unido. No obstante lo anterior, en 2014, Ucrania perdió el control de Crimea por parte de Rusia. En el mismo período, este país vio como grupos de insurgentes separatistas de la región de Donbas, con el apoyo de Moscú, han ejercido la fuerza para exigir su separación de Ucrania, donde ya se han perdido alrededor de 14.000 vidas.
Hoy, Ucrania se encuentra con mas de 100.000 tropas y armas rusas en las puertas de sus fronteras, además de la amenaza que la potencial maniobra invasiva incluya el paso por territorio de Bielorrusia. Por esta razón, desde su punto de vista, su incorporación a la OTAN resulta necesaria, de manera de integrarse a un sistema mayor que le otorgue mejores certezas de seguridad.
Para Rusia, el tema se presentaría como un asunto de seguridad y supervivencia del Estado. Desde la caída de la URSS, progresivamente las exrepúblicas soviéticas que integraron la unión y el extinto Pacto de Varsovia, se fueron sumando una a una a la OTAN, lo que significó la apropiación de espacios estratégicos por parte de Occidente, a costa del espacio de seguridad de Rusia. Aún quedan fuera Bielorrusia, Moldavia, Ucrania y Georgia. Aquí debemos considerar la importancia del concepto de “espacio de seguridad” para los rusos, pues la historia ha señalado que, el contar con un importante espacio geográfico, les ha permitido, ejecutar una maniobra defensiva, sacrificando terreno en favor del factor tiempo, desgastando al adversario y extendiendo sus líneas de comunicaciones. Los casos más recordados, pero no únicos, son la campaña de Napoleón Bonaparte y la invasión de la Alemania Nazi. Entonces, este concepto resulta fundamental para la concepción de seguridad rusa, cuyo espacio de seguridad se ha reducido paulatinamente en el tiempo.
Así, la potencial incorporación de Ucrania al pacto de seguridad occidental, tanto ahora o en el futuro, significaría la posibilidad de tener las armas norteamericanas en sus propias fronteras, lo que se considera inaceptable para Putin. En este mismo proceso, Rusia pretende que la OTAN vuelva a su posición anterior a la caída de la URSS, vale decir, deshacer la inclusión de países que estuvieron bajo su órbita de influencia y que hoy son cercanos a EE.UU.
Agreguemos que para Moscú – y para algunos ucranianos también – Ucrania es parte de Rusia. Hay que reconocer que sus actuales territorios compartieron lo que fue el “Rus de Kiev” en los siglos IX al XIII y, mas recientemente, que Ucrania formó parte del imperio de los zares y de la URSS.
A esto se debe sumar la intención rusa de recuperar su rol de potencia global, a pesar de su limitada influencia económica. Para lo anterior descansa en su capacidad nuclear, la proyección de sus submarinos y las demostradas capacidades en el ciberespacio. Pero no termina ahí, en las últimas dos décadas, Putin se ha empeñado en recuperar las capacidades de sus FF.AA., tanto en el ámbito tecnológico, de entrenamiento y disponibilidad operacional. No es casualidad la decidida intervención en Siria, sabiendo de la presencia de otras potencias como EE.UU.
Estados Unidos es quizás el objetivo principal de Putin en esta confrontación de poderes. Los norteamericanos deben fortalecer su posición y, al mismo tiempo, asegurar a sus socios europeos su involucramiento efectivo en la seguridad de dicho continente. Esto, es especialmente relevante después de que el gobierno de Donald Trump, con una particular política exterior, generara muchas dudas entre sus aliados en el viejo continente. No olvidar tampoco, que EEUU es uno de los principales responsables de la firma del Memorándum de Budapest.
En este escenario, la sensación que persiste en EE.UU. es que, si Rusia consigue lo que quiere de esta manera, no habrá motivos reales para no continuar con otras exigencias semejantes, amenazando la estabilidad y seguridad de los países europeos. Además, debe dar certeza de su compromiso con la seguridad de Europa, sin mencionar que sería otro retroceso que China estará esperando.
Para los europeos, la situación también es altamente compleja. Por un lado, enfrentan la actitud agresiva del Kremlin y, al mismo tiempo, que dependen del gas ruso. Si bien la mayor parte de los países integran la Unión Europea y la OTAN, no todos sus miembros han reaccionado de la misma manera. Reino Unido, por ejemplo, se ha alineado con la posición de EE.UU. enviando armas a Ucrania. Francia intenta actuar como mediador. Por otro lado, Alemania ha sido más cauta, quizás por su mayor dependencia del gas que le entrega Rusia, especialmente en medio del invierno europeo. Lo que sí prevalece en el ambiente político europeo, es que, si se cede a las presiones de Putin esta vez, no habría algo que lo detenga para seguir avanzando en sus exigencias más adelante.
Lo último…
Durante la última semana, los avances para una solución parecen nulos. El lunes 31 de enero, se desarrolló un intenso debate con fuertes acusaciones cruzadas entre EE.UU. y Rusia, en el marco de una sesión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, demonizándose unos a otros. Al final, nada en limpio. Posteriormente, por primera vez en lo que va de este año, Vladimir Putin se refirió a la crisis, acusando directamente a Occidente, de usar a Ucrania como un “Peón” y de no escuchar las demandas de seguridad de Rusia, agregando que no se puede fortalecer la seguridad de unos a costa de la seguridad de otros.
Por su parte, Joe Biden sigue escalando en su retórica y las amenazas de nuevas sanciones económicas, que podrían incluir al mismo Putin. Además, el gobierno de EE.UU. anunció la decisión de trasladar 3.000 soldados a Europa, lo que se suma al reposicionamiento de fuerzas hacia Europa del Este y el estado de alerta de un número importante de fuerzas. En resumen, lejos de mejorar, la crisis sigue escalando.
Por si no fuera suficiente, el 4 de febrero Putin viajó a Beijing y se reunió con Xi Jinping, en la que es la primera reunión que este último sostiene con un jefe de gobierno en dos años. China se ha mantenido alejada en el conflicto, pero ha manifestado que Occidente debe escuchar las demandas de seguridad rusas. Según The Washington Post, en una declaración conjunta estos líderes plantearon puntos de vista compartidos sobre asuntos geopolíticos, pero evitaron referirse a la crisis actual por su nombre, manifestando su oposición a la ampliación de la OTAN y que ambos países “se apoyan firmemente para salvaguardar sus intereses fundamentales”.[1]
Las partes involucradas no ceden en sus posiciones. Las diferentes visiones muestran un escenario complejo donde la demostración de fuerza prima por sobre el diálogo. Tanto los líderes de un lado como los del otro se culpan mutuamente, sin apreciar que sus propias actitudes por defender su posición, impulsan a su opositor a tomar medidas más extremas, siendo testigos del clásico “Dilema de Seguridad”.
Por lo pronto, nos queda seguir atentamente el desarrollo de esta crisis, esperando que una falla de cálculo, una mala interpretación o, incluso, un error humano de un simple soldado, no detone un conflicto bélico mayor. Como dice el antiguo dicho anglosajón: prepare for the worst, expecting for the best.
[1] Ver https://www.washingtonpost.com/world/2022/02/04/ukraine-russia-china-putin-xi/
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