El Líbero, 15 de enero 2022
Si bien Chile ostenta una de las tasas de homicidios más bajas de la región, al revisar la última década vemos que éstos muestran una tendencia al alza.
Por décadas fuimos testigos lejanos de situaciones de violencia asociada al crimen organizado transnacional. Hoy, a 15 días del inicio del 2022, se extiende en nuestro país la preocupación por el aumento de homicidios, tras uno de los fines de semana más violentos.
Seis muertos en las regiones de Valparaíso y Santiago encendieron las alertas de todos. Mientras, muchos se preguntan si el delito de asesinato en Chile llegó para quedarse, las cifras son claras: entre 2016 y 2020 los homicidios crecieron un 43%, las muertes asociadas a ajustes de cuenta en el 2021 lo hicieron en un 28% respecto de 2020 y, si bien Chile ostenta una de las tasas de homicidios más bajas de la región, al revisar la última década vemos que éstos muestran una tendencia al alza. Estamos siendo testigos de un cambio en los fenómenos delictuales donde el aumento de la violencia está marcando la pauta.
Armas y drogas se han instalado en nuestras ciudades, cambiando la cara de la delincuencia. Los delitos violentos están siendo los protagonistas de las portadas mientras se toman la agenda pública.
El aumento de la producción nacional de drogas inyecta recursos a bandas locales, los grupos que antes actuaban de intermediarios dejaron de serlo, y la globalización nos inserta plenamente en el fenómeno del crimen transnacional.
El tipo de delito está cambiando. La violencia armada llegó a las bandas de tráfico de droga en los barrios. Los delitos que involucran drogas, armas y muertes han aumentado. También, se están instalado nuevos, como el ajuste de cuentas y la extorsión. Es cierto que el alza de homicidios que se está viendo puede estar relacionada al avance del narcotráfico en el país, pero, no es lo único. Existen fenómenos asociados que generan ambientes propicios para que la delincuencia se desarrolle.
A fines de los años 60 en Estados Unidos, la Universidad de Stanford realizaba un experimento que hoy se conoce como las ventanas rotas. Un auto en el Bronx era desmantelado al poco tiempo de abandonarlo en uno de sus barrios. Como no pasaba lo mismo con otro igual en Palo Alto, se rompió una ventana. El resultado fue el mismo. Finalmente, no importaba el barrio, el delito era mayor en ambientes descuidados.
Desde hace unos años que vemos el deterioro de nuestras ciudades. En Santiago y Valparaíso, por ejemplo, los rayados, la basura y las zonas tomadas por distintos grupos son una herencia del llamado estallido social. Los cierres de locales históricos han acompañado el deterioro de estos polos urbanos, mientras sus dueños argumentan que la delincuencia y el tráfico de drogas los obliga a cerrar.
Son varias las ventanas rotas que tenemos. Para algunos un signo de descuido por parte del Estado y para otros una oportunidad para controlar territorios. El problema es que, esa oportunidad, acompañada de la llegada de nuevos crímenes, está poniendo en jaque la paz y estabilidad por la que es conocido nuestro país.
Urge reparar las ventanas rotas. Recuperar el territorio perdido es fundamental. El poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial deben trabajar coordinados para diseñar una respuesta que devuelva los espacios públicos a la ciudadanía y haga retroceder al delito. Los gobiernos locales tienen un rol innegable.
Requerimos de una respuesta contundente que detenga el avance de la violencia y que cuente con un compromiso transversal de todos los actores del Estado. Pensar estratégicamente la seguridad interior, entendiendo que el ámbito nacional ya no se encuentra aislado del internacional. Es importante conocer casos extranjeros, entender sus éxitos y fracasos. Estamos a tiempo, y un buen comienzo podría ser la reparación de nuestras ventanas rotas.
Pilar Lizana
Investigadora AthenaLab
